Capítulo 5

Resumen: El capítulo 5 sigue con las ex­hortaciones prácticas iniciadas en 4:17 acerca de la nueva vida en Cristo. 5:1,2 nos exhorta a tener el amor genuino como el de Dios y Cristo. Los vers. 3-17 nos ex­hortan a dejar las prácticas de las tinieblas. En contraste, debemos alabar a Dios, siendo "llenos del Espíritu", y expre­sarlo cantando himnos, vers. 18-20. Las mujeres deben estar sujetas a sus maridos, como la iglesia está sujeta a Cristo, vers. 21-24; y los maridos deben amar a sus es­posas como Cristo ama a la iglesia, vers. 25-31. La unión entre Cristo y su iglesia (su esposa) ilustrada por la unión del marido con su esposa, vers. 32,33.

          5:1 -- "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados". La palabra, "pues", conecta esta exhortación con lo que Pablo dijo en 4:17-32. No hay ningún cambio de tema.

          No somos "hijos amados" de Dios si no somos imitadores de Dios. La palabra "hijos" se emplea muchas veces en el Nuevo Testamento para dar énfasis a al­guna cualidad de carácter ("hijos de luz", "hijos de paz", "hijo de consolación", "hijos de trueno", etc.), y para denotar la imi­tación. Jesús dijo que los judíos no eran hijos de Abraham, porque no hacían las obras de Abraham (Juan 8:39). Al con­trario, dijo que su padre era Satanás (v. 44), porque hacían las obras de él (lo imi­taban).

          Por lo tanto, los que no practican la jus­ticia, y que no aman a sus hermanos no son hijos de Dios (1 Jn. 3:10).

          "Nosotros le amamos a él, porque nos amó primero" (1 Juan 4:19). Los hijos deben ser como sus padres. Deben imi­tarlos en lo bueno.

          5:2 -- "Y andad en amor, como tam­bién Cristo nos amó". El amor debe ser el mo­tivo principal de la vida. Dios es amor (1 Juan 4:8). El cristiano debe andar en el amor que se demostró en el Calvario, el amor que sacrifica todo. El amor es la base de toda nuestra conducta, y de nues­tro servicio a Dios. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Luc. 10:27).

          -- "y se entregó a sí mismo", (otra vez en el v. 25), la expresión suprema del amor. "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Jn. 15:13).

          -- "por nosotros". Murió en nuestro lu­gar. Es nuestro substituto. "Todos nosotros descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (Isa. 53:6). "Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1 Ped. 2:24); "para dar su vida en rescate por muchos" (Mat. 20:28). Este es el men­saje del evangelio, las buenas nuevas del cielo.

          Las palabras "por nosotros" no signifi­can meramente que Cristo nos hizo un fa­vor, sino que El murió en nuestro lugar. El recibió la plena fuerza, todo el golpe terri­ble de la ira de Dios contra el pecado, El en lugar de nosotros. Lo merecimos nosotros, pero El lo sufrió, "el justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1 Ped. 3:18).

          -- "ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante". Dios se agradó del sacrificio de Cristo por nosotros. Fue aceptado para expiar nuestros pecados. Cristo es la propiciación por nuestros pecados, y por los de todo el mundo (1 Juan 2:2). La pa­labra "propiciación" significa "cubierta", como el propiciatorio, la cubierta del arca del pacto donde se rociaba sangre para expiar los pecados del pueblo de Israel.

          La expresión empleada por Pablo aquí ("ofrenda y sacrificio a Dios en olor fra­gante" nos recuerda de tales textos como Lev. 1:9, 13; 2:3, 9, 12, 16; 4:21, etc. Tam­bién en Gén. 8:21 "Y percibió Jehová olor grato" cuando edificó Noé un altar ... y ofreció holocausto en el altar".

          Los sacrificios y ofrendas espirituales que Dios desea de su pueblo ahora se mencionan en: Fil. 4:18, la ayuda que los filipenses dieron a Pablo, "olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios"; Heb. 13:15, 16, "ofrezcamos ... sacrificio de ala­banza ... fruto de labios ... y de hacer bien y de la ayuda mutua ... de tales sacrificios se agrada Dios"; y 1 Ped. 2:5, "ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo".

          5:3 -- "Pero fornicación", un vicio muy común entre los paganos, y parte integral del culto. Las "sacerdotisas" eran prostitu­tas. Esta palabra se usa alternativamente con la palabra "adulterio" pero "fornicación" comprende más que "adulterio", porque abarca toda forma de acto sexual ilícito (aun incluye la homo­sexualidad, Judas 7).

          El cuerpo del cristiano no es para la fornicación (1 Cor. 6:13-20), porque pertenece a Cristo quien lo compró. El cristiano debe aborrecer este pecado como Dios lo aborrece. Debe "huir" de la fornicación (1 Cor. 6:18). Para huir de la fornicación el cristiano debe evitar el baile, la literatura y películas que exhiben la sensualidad y la desnudez, y también las canciones populares tan corruptas y tan entregadas a la suciedad inmoral. Es in­dispensable que el corazón se guarde de la corrupción, para que la conversación y la conducta sean limpias. "Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin man­cilla; pero a los fornicarios y a los adúl­teros los juzgará Dios" (Heb. 13:4).

          -- "inmundicia", la impureza, sea de hecho, o de palabra, o de pensamiento.

          -- "avaricia", que es idolatría, v. 5; Col. 3:5.

          -- "ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos", "ni siquiera se mencionen entre vosotros" (La Biblia de las Américas), que no haya nunca la más mínima sospecha de tal cosa entre los san­tos. Pablo no está prohibiendo la mención de estos vicios, porque él mismo lo hace repetidas veces, como aquí mismo, sino que los santos vivan sin reproche, que sean irreprensibles, y que no haya ninguna sospecha de que algún hermano sea cul­pable de tales cosas. "Andéis como es digno de la vocación con que fuisteis lla­mados" (4:1); "las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia ... como corresponde a mujeres que profe­san piedad" (1 Tim. 2:9, 10); "que os com­portéis como es digno del evangelio" (Fil. 1:27); "la santidad conviene a tu casa", (Sal. 93:5).

          5:4 -- "ni palabras deshonestas", ver­gonzosas, obscenas, toda palabra o expre­sión contraria al pudor y decencia. "Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes ... palabra sana e irre­prochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que de­cir de vosotros" (Tito 2:6-8).

          -- "ni truhanerías", "groserías" (La Bi­blia de las Américas), disparates, decir bu­fonadas, burlarse.  La palabra lleva la idea de lo tosco o grosero, lenguaje bajo, vul­gar. Las "truhanerías" se dirigen contra la modestia, la castidad y toda cosa vir­tuosa. Atacan la obediencia a Dios, el respeto por los padres y el respeto por la ley. La virtud de la mujer es objeto de mu­cho des­precio.

          Ahora cada vez más se están acep­tando las palabras más corrompidas en las con­versaciones ordinarias. Hay muchas pala­bras que hace quince o veinte años nunca se pronunciaban en público, mucho menos delante de las damas, que se oyen ahora en la televisión, en las canciones populares, se leen en los periódicos y re­vistas, y se oyen en conversaciones. Como Pablo bien dice, "irán de mal en peor" (2 Tim. 3:13).

          La degeneración es muy precipitada. Un fenómeno sobresaliente en nuestra época es el llamado "concierto" de la "música" rock and roll. En estos hay de­mostraciones exageradas de la dege­neración. Las emociones de rebelión, de frustración, y de pura malicia se expresan a rienda suelta. Las canciones y todo el lenguaje de los participantes son total­mente corruptos, como también sus gestos que reflejan su identidad con lo oculto y satánico.

          Hay otra especie de "groserías" que son sumamente populares. Se trata del lenguaje de doble sentido, de indirectas o sugerencias vulgares. Las comedias de la televisión moderna se basan en gran parte en este tipo de lenguaje. Lo que no es abiertamente vulgar, o, por lo menos, hace alguna sugerencia de lo sucio o sen­sual, ya no es gracioso ni popular. Es como el caso de las novelas de la tele­visión; si no están repletas de la sensuali­dad, la violencia, la intriga y traición, etc. no serán aceptables. Tampoco será diver­tida y chistosa la comedia si es sana.

          -- "sino antes bien acciones de gra­cias". ¿Qué relación tiene la gratitud con las palabras deshonestas? Las personas que las usan no quieren "tener en cuenta a Dios". Son personas ingratas. Obsérvese esto en 2 Tim. 3:2 "blasfemos, desobe­dientes a los padres, ingratos, impíos..."

          5:5 -- "sabéis esto", pero es muy im­portante repetir las verdades bíblicas. "A mí no me es molesto el escribiros las mis­mas cosas, y para vosotros es seguro" (Fil. 3:1). "Yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente" (2 Ped. 1:12). La repetición es muy nece­saria. Esto no quiere decir que el predicador debe tocar una sola cuerda del violín. Hay una gran variedad de temas que debe predicarse y repetirse. No hay peligro de repetir  demasiado los ser­mones si predicamos todo el consejo de Dios (Hech. 20:20,27), pero, muchos temas deben repetirse y los oyentes no deben fastidiarse de oírlos.

          -- "ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios". Dice La Biblia de las Américas, "Porque con certeza sabéis esto". Es muy enfático. Nadie puede dudarlo. "Acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios" (Gál. 5:21). No tiene parte, no puede participar, en el reino de Dios. No hay lugar en el reino glorioso que le espere. Ismael no pudo heredar con Isaac. Los tales no se hallarán inscritos "en el libro de la vida" (Apoc. 20:15), aunque sus nombres aparezcan a veces en la lista de miembros de alguna iglesia.

          La avaricia se llama idolatría porque el avaro adora no a Dios sino a sí mismo. En vez de buscar el mejoramiento del reino de Dios busca el progreso de sus propios intereses, mayormente en lo que concierne el materialismo. La avaricia y su fin se ilustra claramente en la parábola de Luc. 12:15-21.

          5:6 -- "Nadie os engañe con palabras vanas", vacías, argumentos especiosos y engañosos. "Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas" (Col. 2:4). No permitáis que nadie os engañe con argumentos que suenan bien y plausibles pero que en realidad no están basados en la verdad.

          En el primer siglo había cantidad de maestros religiosos que prometían a la gente la salvación y a la vez la satisfacción de sus apetitos carnales. Vemos mucha evidencia de esto. Obsérvese en los si­guientes textos: 2 Tim. 3:5, 7, 13 (y su contexto); Tito 1:16; 2 Ped. 2:19 (todo el capítulo, y la carta de Judas); Apoc. 2:6, 15, "los nicolaítas"; 2:14 "la doctrina de Balaam"; 2:20, "esa mujer Jezabel"; y en varias cartas, mayormente en las de Juan, se ve la denuncia de los errores y el en­gaño de los gnósticos. Todos estos maes­tros falsos tenían en común una cosa: ofrecían a la iglesia el libertinaje en el nombre de la libertad en Cristo.

          Hoy en día el mundo religioso está lleno de lo mismo. Hay líderes religiosos que ofrecen toda forma de "libertad" (libertinaje) a sus feligreses, sólo que in­gresen en su denominación o movimiento y paguen (la cuota más popular es el diezmo). ¡Qué "libertad" ofrecen los curas, los "testigos", los mormones, y otras sec­tas!

          5:7 -- "No seáis, pues, partícipes con ellos". Porque ellos no tendrán ninguna herencia en el reino celestial, y si partici­pamos con ellos ahora, tendremos que participar con ellos después, sufriendo el castigo de la ira de Dios.

          5:8 -- "Porque en otro tiempo erais tinieblas". De esto Pablo les recuerda varias veces: 2:1-3, 11, 12; 4:14, 17, 18. Es­taban en las tinieblas y las tinieblas esta­ban en ellos. Les faltó el conocimiento de Dios (2 Cor. 4:4) porque Satanás cegó su entendimiento. Pero Cristo vino para vencer al autor de las tinieblas, y Pablo fue comisionado para convertirles de las tinieblas a la luz de Cristo (Hech. 26:18).

          -- "Mas ahora sois luz en el Señor; an­dad como hijos de luz". "Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles ..." (1 Ped. 4:3). Ahora no somos tinieblas; por eso, te­nemos que dejar las prácticas de tinieblas. Antes "éramos por naturaleza (por la práctica confirmada) hijos de ira", es de­cir, el castigo (la ira) era el destino que correspondía a nuestra conducta como "hijos de desobediencia" (personas deso­bedientes). Pero ahora somos "hijos de luz", personas de entendimiento y de obe­diencia. Véanse Mat. 5:16; 1 Tes. 5:1-8. Donde hay cristianos hay luz. La persona que obedece al evangelio prende otra luz en el mundo de tinieblas.

          5:9 -- "porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad". Hijos de luz son personas de bondad, justicia y ver­dad. La Biblia habla de las "obras" de la carne, y del "fruto" del Espíritu (véase Gál. 5:19-22). Si estamos "llenos del Es­píritu", llevaremos el "fruto del Espíritu". El fruto llevado por los hijos de luz es muy distinto a las obras de la carne de los hijos de desobediencia.

          5:10 -- "comprobando lo que es agrada­ble al Señor". Dice Rom. 12:2, "para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios". Dios quiere que comprobemos sus caminos. Ya sabemos los caminos del mundo, ya anduvimos en ellos; ahora nos conviene comprobar lo que es agradable al Señor. No es cuestión de investigar o poner a prueba el camino de Dios para ver si es bueno o no, sino es cuestión de andar en sus caminos para aprender y ser convencidos por la expe­riencia personal que sus caminos son per­fectos. El camino de Dios le agrada a El, y también es per­fecto para nosotros. Es el camino de paz y gozo. No hay felicidad verdadera en las tinieblas. "Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él" (Sal. 34:8).

          5:11 -- "Y no participéis en las obras in­fructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas". Este texto es paralelo con 2 Cor. 6:14, "No os unáis en yugo de­sigual con los incrédulos; porque ¿qué com­pañerismo tiene la justicia con la in­justicia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?" El tema de los textos es el mismo: no tener comunión con las prácti­cas de la idolatría. Véanse también 1 Cor. 8:10 y 10:16-22. Pablo insistió en que los hermanos salieran y se apartaran de esas prácticas (2 Cor. 6:17) para poder disfrutar de la comunión con Dios ("habitaré y andaré entre ellos").

          -- "las obras infructuosas", hechos in­útiles, vanos, vacíos, no sirven a ningún propósito bueno. Judas 12 habla de "nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados". Los vicios no sirven, no ayudan, no dan ningún beneficio. Al contrario, perjudican. Des­truyen el cuerpo, destruyen la mente, cau­san muchos problemas en la familia, en el negocio, y en toda faceta de la vida. "¿Pero qué fruto tenías de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte" (Rom. 6:21).

          -- "sino más bien reprendedlas". No basta con apartarnos del mal. Tenemos que denunciarlo. Hablar por Cristo re­quiere la denuncia del pecado. El cristiano sabe por la experiencia que los vicios no sirven para nada excepto para producir la miseria. Debe decirlo. Debe abrir su boca y hablar. Es necesario reprender el pecado para abrir los ojos de la gente. "Que prediques la palabra; que instes a tiempo, y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda palabra y doc­trina" (2 Tim. 4:2). "Y esta es la conde­nación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas" (Jn. 3:19, 20).

          La obediencia misma reprende la deso­bediencia. "Por esa fe condenó al mundo" Noé (Heb. 11:7). El buen ejemplo con­dena el mal ejemplo. La obediencia prende la luz. Pero el cristiano no puede vivir callado. No es posible predicar la verdad sin atacar el error. Cristo y sus apóstoles siempre estaban en conflicto con el error religioso. No congeniaban con ellos, sino chocaban constantemente con ellos. No hay armonía entre la verdad y el error.

          5:12 -- "porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto". No era prudente ni necesario que Pablo describiera estas prácticas abominables. Los términos generales empleados por Pablo y los otros autores del Nuevo Tes­tamento bastan para condenarlas. Los predicadores y maestros deben ser pru­dentes en su forma de describir el pecado. Una hermana dijo, "Creo que fuera mejor que mi hija bailara en vez de escuchar al hermano X describir el baile". La virtud y la modestia prohíben la descripción de muchas prácticas abominables. Los au­tores inspirados no describieron las abominaciones de su tiempo. A veces hay imprudencia en el púlpito. Hay predi­cadores que se sienten obligados a ser muy francos y muy fuertes en su denuncia del mal. Pero la descripción de prácticas sensuales produce pensamientos en la mente que no convienen, y puede hacer mucho daño. Es suficiente emplear los términos generales empleados en la Bi­blia. Lo importante es que la denuncia sea severa, y que se afirme repetidas veces que los que practican tales cosas no van al cielo si no se arrepienten.

          -- "lo que ellos hacen en secreto". "Todo el que hace lo malo, aborrece la luz", aun la luz física. Se esconden de los ojos del público. "Los que se embriagan, de noche se embriagan" (1 Tesal. 5:7). Pero re­cuérdese el Sal. 139:7-12.

          5:13 -- "Mas ... puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas". La pala­bra de Dios descubre todo. Los hijos de luz saben la naturaleza de todas las cosas, para no ser engañados por nadie ni por nada. Se usa la luz para descubrir la iden­tidad o la naturaleza de algún objeto. La luz lo manifiesta, descubre, hace visi­ble. La luz del evangelio descubre la naturaleza verdadera del pecado, y al mismo tiempo lo reprende. Los escritos del Nuevo Testamento prenden la luz en un mundo de tinieblas. Todas las cosas se pueden ver. No hay nada escondido. No hay excusa para continuar la práctica del pecado. Los únicos que no pueden ver son los que tapan los ojos (Mat. 13:15; 2 Cor. 4:4).

          5:14 -- "Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate ... te alum­brará". No sabemos el origen de esta cita. Pen­samientos similares se encuentran en Isa. 9:2; 26:19; 52:1, y especialmente en Isa. 60:1. La exhortación para inconversos es que acepten el evangelio, y la exhortación para cristianos es que nos apartemos completamente de toda forma de mal.

          5:15 -- "Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios", mirando alrededor, a todos lados. El cristiano debe tener mucho cuidado, estar alerta, y nunca descuidar sus pasos. Debe demostrar claramente que se ha des­pojado del viejo hombre, y que se ha vestido del nuevo hombre. Esto requiere diligencia. El mundo está lleno de perver­sidad. Satanás ha colocado trampas en el camino para hacernos tropezar. En esta carta (6:10-20), Pablo emplea la figura de vestirnos "de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo". Dice Pedro, "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adver­sario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (1 Ped. 5:8). En 2 Tim. 2:26 Pablo habla del "lazo del diablo" y de los "que están cau­tivos a voluntad de él". Pero afirma en 2 Cor. 2:11 que "no ignoramos sus maquina­ciones", y así será si miramos cómo an­damos.

          -- "no como necios (imprudentes) sino como sabios". Dios nos proporciona la inteligencia y la sabiduría necesarias para evitar los lazos de Satanás (véanse 1:8, 17, 18; 3:3-5, 18; Col. 1:9, 28; 3:16; 4:5). Desde el sermón del monte (Mat. 7:24-27) y a través del Nuevo Testamento, hay con­trastes fuertes entre los necios y los sabios.

          5:16 -- "aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos", "aprovechando cada oportunidad" (Versión Moderna). Pablo emplea la figura de los comerciantes que observan bien el mercado, para saber el momento más oportuno para comprar y vender. Somos mayordomos de todo lo que Dios nos da, y no hay otra bendición más grande que el tiempo mismo. Tendremos que dar cuenta a Dios en cuanto a su uso. Nos da tiempo para toda actividad nece­saria, pero es necesario ser prudentes y no necios en la administración de esta bendi­ción. La oportunidad perdida nunca será recobrada. Tiempo es vida; no debemos desperdiciarlo.

          Jesús es nuestro ejemplo perfecto en usar bien el tiempo. Mar. 1:21-34 relata los eventos de un solo día en su vida. El eterno Señor esta muy consciente de la brevedad del tiempo (véanse Luc. 13:32, 33; Jn. 7:33 "un poco de tiempo estaré con vosotros"; 13:33 "aún estaré con vosotros un poco").

          Dice Pablo que "el tiempo es corto" (1 Cor. 7:29), y que no debemos dejar que nada (ni familia, ni lágrimas, ni alegría, ni comercio ni otro interés terrenal) nos impida espiritualmente.        El tiempo es el haber más valioso que el hombre posee. Tiempo es vida, es riqueza. Todo hombre vivo es hombre rico, porque el tiempo mismo es su capital más importante. Es capital que se puede invertir para el bien eterno. El tiempo es sumamente valioso. Mídase con reloj o con almanaque o como uno quiera, pero siempre es precioso.

          Para no desperdiciarlo debemos or­ganizarnos; es decir, formular un plan u horario (aunque sea algo flexible) para que quepan todas las cosas necesarias, y para no descuidar lo más importante. Como proponemos en el corazón lo que ofrendaremos, de la misma forma debe­mos proponer en el corazón con respecto a la administración sabia del tiempo, siempre buscando primeramente el reino de Dios.

          Los predicadores que reciben salario para dedicarse tiempo completo a la obra están en gran peligro de desperdiciar el tiempo. Somos más o menos independientes, porque no tenemos horas fijas para el trabajo (excepto el horario para los servicios), y son contadas las igle­sias que exijan mucho del predicador (pero Dios lo sabe todo). Por lo tanto, se requiere mucho dominio propio y mucha disciplina de sí mismo, para hacer uso sabio del tiempo. Debemos estudiar dili­gentemente para preparar buenos temas y buenas clases, arreglar estudios en los hogares, y ser diligentes en programar todo el tiempo que debe ser dedicado a la obra.

          También debemos apartar tiempo ade­cuado para la familia. Hay predi­cadores que han hecho una gran obra en evange­lizar que pierden a sus hijos.

          -- "porque los días son malos". Esta carta fue escrita poco antes de la severa persecución bajo el emperador romano Nerón. (También Jerusalén fue sitiada y destruida en esos días). La única espe­ranza para el mundo era el evangelio puro. Es importante agregar que el "evangelio social" del mundo sectario, y que es muy popular ahora entre los her­manos liberales, no tiene ningún poder ni para corregir la maldad del mundo, ni mucho menos para salvar almas.

          5:17 -- "Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor". Tomando en cuenta y medi­tando seriamente sobre lo que Pablo acaba de decir (el peligro es grande, la maldad es abrumadora, el tiempo es pre­cioso), no seamos insensatos, sino ha­gamos un esfuerzo mayor para entender la voluntad de Dios. Este entendimiento queda a nuestro alcance. Leyendo lo que Pablo escribe, podemos poseer el en­tendimiento de él (3:3-5).

          La palabra es insultada por el refrán popular de que "es nada más cuestión de la interpretación de cada persona". El mundo religioso dice que está bien que cada persona "entienda" la palabra a su modo, sólo que haya sinceridad. Es totalmente absurdo este concepto. ¿Qué padre de familia espera y permite que sus cinco o diez hijos le "entiendan" cada quien a su modo? Esta actitud significa una indiferencia total hacia la palabra de Dios. Si cinco o diez o cien personas "entienden" la palabra en distintas ma­neras, es posible que todos estén equivocados, pero es imposible que todos tengan razón.

          5:18 -- "No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución (libertinaje)". El embriagarse y el libertinaje son íntimos compañeros, porque el alcohol suprime o quita la restricción moral y calla la concien­cia. Por lo tanto, los que están bajo la in­fluencia del alcohol, toman libertades para decir o hacer cosas que normalmente no dicen ni hacen. Es por esto que muchos se sienten más valientes cuando beben al­cohol; la timidez se suprime. Pero no reconocen el efecto que el alcohol tiene sobre su mente. Creen que pueden conducir un auto mejor que nunca, y por eso en más de la mitad de los accidentes de automóviles está involucrado el alco­hol.

          Pero la sociedad no quiere hablar de "borrachos" (se dice "alcohólicos"), y, desde luego, para muchos la borrachera no es pecado, sino una enfermedad. Según la mentalidad moderna, los "alcohólicos" son víctimas de los tiempos y de las presiones de la civilización moderna. ¿Quién debe hacer algo para corregir el problema? Pues, el gobierno, sin lugar a dudas (porque los del mundo no creen en la responsabilidad individual, ni en la del hogar). Pero el gobierno no puede corre­gir el mal, porque muchos senadores, re­presentantes, jueces, etc. practican este vicio.

          Además, la industria de toda clase de bebidas alcohólicas paga muchos im­puestos, ayuda en las campañas políticas, y pone mucha presión sobre los gober­nantes para que no haya problemas grandes.

   Hay hermanos que enseñan que está bien tomar alcohol con moderación, y defienden la "bebida social". Dicen que la Biblia condena solamente la borrachera. Pero considérese bien 1 Ped. 4:3, que menciona "borracheras" (oinophlugiais), y en el mismo versículo dice, "potois" que tiene que ver con beber bebidas alcohóli­cas, pero no necesariamente con exceso. La Versión New American Standard Bible traduce la palabra "potois" como "fiestas para beber"; esto demuestra que no se condena solamente la borrachera, sino el beber mismo.

          Dice el Sr. R. C. Trench en su libro, "Synonyms of the New Testament" que la palabra "potos" no significa necesaria­mente el exceso de beber, sino que da oportunidad para el exceso. El punto es que Pedro condena esta práctica de beber y no solamente la borrachera. El emplea tres palabras: potois, komois, y oinophlu­giais. Representan tres niveles: "potois" se refiere a los que están simplemente tomando, y no necesariamente en exceso; "komois" se refiere a los que han tomado más y están más bajo la influencia del al­cohol (pero todavía están muy vivos, hablan y cantan, y se gozan de la ocasión); luego viene la borrachera, el estado de aquel que tropieza y se cae, habla y canta pero puras tonterías, se duerme en un es­tupor, y luego se despierta con martillazos en el cerebro.

          -- "antes bien sed llenos del Espíritu", un contraste entre "llenos del Espíritu" y llenos del alcohol. Y ¡qué contraste! El Espíritu Santo ilumina la mente, mientras que el vino la oscurece y destruye. El Es­píritu de Dios nos ayuda a gobernar nues­tro cuerpo con sus apetitos, pero el vino suprime el impulso moral, y quita la fuerza y control del dominio propio. El vino quita los frenos que la conciencia aplica a la conducta. El desenfreno cau­sado por el vino produce pleitos (porque quita inhibiciones y da valor), adulterios (porque quita inhibiciones morales), y toda forma de libertinaje y disolución. "El vino es escarnecedor, la sidra alborota­dora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio" (Prov. 20:1; véase también Prov. 23:29-35).

          Como el vino promueve toda forma de destrucción, el Espíritu promueve toda forma de edificación. Construye y forta­lece los muros de defensa contra tenta­ciones; fortalece nuestra voluntad, y da di­rección a las emociones.

          ¿Quién está en verdad lleno del Es­píritu? ¿Los carismáticos que hablan tanto del Espíritu Santo? Se requiere mucho más que el sólo pronunciar su nombre. Los que están verdaderamente llenos del Espíritu son aquellos que están comple­tamente bajo su dirección a través de su Palabra. "Porque todos los que son guia­dos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom. 8:14). Estos llevarán el "fruto del Espíritu" (Gál. 5:21,22). Los que no siguen las enseñanzas del Espíritu Santo entregadas por los hombres inspi­rados del primer siglo, y que no llevan el fruto del Espíritu no son llenos del Espíritu, no obstante lo fuerte de sus gri­tos acerca del Espíritu Santo.

          La expresión “llenos del Espíritu” no implica que alguno pueda ser medio lleno del Espíritu, porque si no estamos “llenos del Espíritu”, estamos “llenos” de Satanás (cosas malas; compárense Efes. 5:18, vino; Luc. 4:28,29, ira; Hech. 5:3, engaño, 17, celos, etc.).

          5:19 -- "hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones". Los que están llenos de vino cantan canciones mundanas pero el que es lleno del Espíritu alaba a Dios.

          Los "salmos" dan alabanza a Dios, exal­tando su nombre, poder, atributos y obras, como los salmos de David.

          Los "himnos" dan alabanza a Dios, con acción de gracias y súplicas, expre­sando nuestra dependencia de Dios.

          Los "cánticos espirituales" dan expre­sión a una gran variedad de temas espirituales, basados en las palabras reve­ladas por el Espíritu Santo. "Dios es Es­píritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren" (Jn. 4:24); por lo tanto, los himnos y cánticos deben estar basados en las enseñanzas y pensamientos espirituales, para que en ellos nuestros espíritus puedan tener co­munión con Dios. Los himnos que canta­mos deben estar en perfecta armonía con la palabra de Dios. Debemos ser estrictos en lo que predicamos y enseñamos, y debemos ser estrictos en lo que cantamos. No conviene cantar lo que no podemos enseñar en el púlpito.

          -- "hablando entre vosotros". El cantar es hablar un mensaje, dar una enseñanza. Es para el Señor, y para la iglesia. El can­tar no es para divertir a la gente. Es un acto de adoración, y no es meramente para introducir el culto. Muchos her­manos llegan tarde al culto y no participan en el primer canto (o en los primeros can­tos). Algunos entran durante esta parte del culto e interrumpen la adoración de otros. (Los que llegan tarde deben esperar en la entrada hasta que se termine el canto o la oración; si llegan durante el sermón, deben ocupar los asientos de atrás, para causar menos estorbo). Pero el punto es que los cantos son mensajes, y no puro rito o ceremonia.

          -- "cantando y alabando al Señor en vuestros corazones". Algunos de los que usan instrumentos musicales en el culto dicen que la palabra "psallontes", traducida "alabando", significa cantar con instrumentos. Es verdad que bajo el Antiguo Testamento se tocaban instru­mentos con los cantos; y es verdad que en la versión Septuaginta (versión griega del Antiguo Testamento), la palabra "psallo" se usaba para indicar tanto el tocar como el cantar. (Pero recuérdese que los israeli­tas usaron los instrumentos por el man­damiento de Dios, 2 Crón. 29:25; y que no hay tal mandamiento para la iglesia).

          Este verbo (psallo) se halla en Rom. 15:9 ("cantaré"); 1 Cor. 14:15 ("cantaré") Sant. 5:13 ("cante alabanzas"); y en Efes. 5:19 ("alabando"). No hay ninguna versión que traduzca el verbo "psallo" como "tocar" en el Nuevo Testamento. Para el siglo primero la palabra "psallo" ya había per­dido el significado de tocar y cantar, y significó simplemente cantar.

          Pablo sí nombra algún instrumento, pero ¿cuál es? El corazón ("alabando al Señor en vuestros corazones). El signifi­cado radical de la palabra "psallo" es tañer, y se aplicó a todos los sonidos pro­ducidos por la vibración de las cuerdas de cualquier instrumento. Es muy razonable que se usara, pues, con referencia a la voz humana, que es el sonido que sale de los pulmones y de la boca del hombre, ha­biendo pasado por las cuerdas vocales. "La voz humana es el más complicado, delicado y perfecto instrumento musical conocido por al hombre. Es la perfección de la obra del Creador como instrumento musical, y es capaz de producir combina­ciones y armonía musicales mucho más dulces y variadas que las de cualquier ins­trumento de fabricación humana, aun más que aquellos inventados por David" (David Lipscomb).

           Las iglesias evangélicas son muy in­consecuentes. Denuncian las muchas prácticas de la iglesia católica romana que carecen de apoyo bíblico (tales como el rosario, la misa, quemar incienso, invocar a María y los "santos", etc.), pero se quedan con los instrumentos de música. Durante los primeros seis siglos no se usa­ron instrumentos de música en la igle­sia. Es otra invención católica.

          -- "en vuestros corazones". No es sufi­ciente denunciar el uso de instrumentos mecánicos en el culto. Si no empleamos el instrumento correcto, los cantos de nosotros tampoco serán aceptables. ¡Qué fácil es cantar sin pensar en lo que deci­mos! y máxime cuando cantamos los mis­mos himnos en cada reunión. Se saben de memoria y se pueden cantar sin ninguna concentración en la letra. Si cantamos sin meditar en el mensaje del himno para ala­bar de corazón a Dios (como también para exhortar al hermano), nuestro servi­cio sigue la rutina católica de rezar el "Padre Nuestro", un servicio nada acep­table a Dios.

          5:20 -- "dando siempre gracias por todo al Dios y Padre", 1:16; 5:4; Fil. 1:3, 12-21; Col. 1:3, 12; 2:7; 3:17; 4:2; Filemón 4; a través de oraciones y cantos. Muchos can­tos son expresiones de gratitud a Dios. ¡Qué importante que los cantemos de corazón! El evangelio cambia el cantar de la gente. Las canciones del mundo son temas de sensualidad y toda forma de car­nalidad. Pero los salmos, himnos y cánti­cos de los cristianos son espirituales, ex­presiones de gratitud a Dios.

          Damos gracias todos y por todo. Los jóvenes deben dar gracias por su juventud. Los ancianitos deben dar gracias al Señor por los años que les ha concedido. Todos debemos dar gracias por el pan de cada día, y por la salud. Demos gracias por el empleo. Y por la familia que Dios nos da. Por todas las bendiciones espirituales (1:3). Demos gracias en tiempos de pros­peridad y en tiempos de escasez (Fil. 4:11-13). En tiempos de enfermedad y pobreza, demos gracias por la salud y los recursos que nos quedan, y también por la fuerza que Dios nos da para soportar tribula­ciones, sabiendo que nos ayudan a ser más fuertes. "Me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Cor. 12:10).

          Todos deben estar contentos y agrade­cidos. Nunca hay excusa para tener amargura de espíritu. Todos -- absoluta­mente todos -- debemos dar gracias a Dios. Sin excepción.

          -- "en el nombre de nuestro Señor Je­sucristo". Siempre nos acercamos a Dios por la mediación de Cristo. "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí ... y todo lo que pi­diereis al Padre en mi nombre, lo haré" (Juan 14:6, 13). Véase Col. 3:17.

          5:21 -- "Someteos unos a otros en el temor de Dios". Sobre todo "humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo" (1 Ped. 5:6). La sumisión a Dios requiere que estemos sumisos según el orden establecido por Dios: todos al go­bierno civil (1 Ped. 2:13-17; Rom. 13:1-7; Tito 3:1); los siervos sujetos a sus amos (6:5-8; Col. 3:22; 1 Ped. 2:18,19); jóvenes sujetos a los ancianos (1 Ped. 5:5); hijos sujetos a sus padres (6:1-3); esposas suje­tas a sus maridos (5:22, 23, 33; 1 Ped. 3:1-7; Col. 3:18); y la iglesia sujeta a los an­cianos (Heb. 13:17).

          5:22 -- "Las casadas estén sujetas a sus propios maridos". Véanse Col. 3:18; Tito 2:5; 1 Ped. 3:1,7. Pablo enseña en es­tos textos el orden divino para el hogar. El hogar que no respeta este orden está fuera de orden; en tal hogar hay desorden. Es importante que la mujer aprenda esta en­señanza antes de casarse. No debe casarse con algún hombre a quién no pueda suje­tarse, porque después de casarse, es muy tarde para decidir que no puede vivir en sujeción al marido.

          Es lo que "conviene en el Señor" (Col. 3:18). Las casadas deben sujetarse a sus maridos para que éstos las amen; y los maridos deben amar a sus mujeres, para que éstas se sujeten a ellos

          Además, la hermana en Cristo debe sujetarse al marido incrédulo (1 Ped. 3:1-4), con tal que no haya conflicto entre la voluntad del marido y la voluntad de Dios (Hech. 5:29 "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres"). Si el marido dice que su esposa no puede bau­tizarse o que no puede asistir a las reu­niones de la iglesia, está en conflicto con Dios, y su esposa debe obedecer a Dios y no al marido.

          "Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone ... Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el her­mano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios". La esposa que es cristiana fue comprada por Cristo (1 Cor. 6:19,20) y pertenece a El. "Por precio fuisteis com­prados; no os hagáis esclavos de los hom­bres" (1 Cor. 7:23). Si el marido incrédulo no consiente en vivir con la creyente y se separa, la hermana debe recordar que no está sujeta a servidumbre en semejante caso; es decir, ella es esclava del Señor Jesús, y no de su "señor terrenal" (su marido) y, por lo tanto, no debe aban­donar su fe (que incluye el asistir a las reu­niones, etc.) complaciendo al marido para que no la abandone.

          ¿Puede tal mujer casarse otra vez? De ninguna manera, porque el matrimonio nunca se llama "servidumbre". La palabra "ligar" que Pablo usa con respecto al ma­trimonio (1 Cor. 7:27, 39; Rom. 7:2, 3) no se usa en 1 Cor. 7:12-15, sino la palabra común que se refiere a la esclavitud. La cristiana no es esclava de su marido, sea creyente o incrédulo, porque es esclava de Cristo, pero si él se separa, la hermana debe quedarse sin casar o reconciliarse con su marido.

          Muchas hermanas han ganado a sus maridos inconversos por su "conducta casta y respetuosa", y su "espíritu afable y apacible" (1 Ped. 3:1-4). Pero un espíritu rebelde y amargado no los convertirá. Las mujeres amargadas, llenas de resentimientos, causan miseria para sí mismas y para sus familias (véanse Prov. 19:13; 21:19). La mujer "rencillosa" es la que critica y regaña a su marido y sus hi­jos, y se queja constantemente del trabajo que tiene que hacer atendiendo a su fa­milia, y de los problemas de la vida.

          Las "feministas" son enemigas no so­lamente de los hombres, sino también de las mujeres. Tienen espíritu de rebelión contra Dios, y no quieren aceptar el papel que Dios ha dado a la mujer. Pero todo arreglo de Dios es perfecto, y es para la felicidad de todos. La mujer halla el bien máximo desempeñando su papel domés­tico (1 Tim. 2:15). El hogar es su palacio, y aunque muchas mujeres no lo quieran admitir, es el sitio principal de su felicidad.

          -- "como al Señor". La mujer debe es­tar sujeta porque el Señor lo requiere. Debe pensar en lo que El quiere, y suje­tarse a su marido para cumplir la voluntad del Señor, y no solamente la voluntad del marido. Ella tiene que obedecer al Señor primero, antes que al marido. ¡Qué bendi­ción más grande cuando la voluntad del marido coincide con la del Señor! Y ¡qué fácil es para la mujer cristiana sujetarse a tal marido!

          5:23 -- "porque el marido es cabeza de la mujer". Nuestro Dios es Dios de orden. En todo arreglo de El hay orden, y en el hogar el marido es cabeza de la mujer. Los que se oponen a este orden se oponen a Dios, y darán cuenta a Dios. La palabra "cabeza" significa autoridad. El marido es el director, el superintendente de la fa­milia.

          Esto significa que él es responsable por su familia. Debe ser director pru­dente, para que en todo su familia esté bien y prospere.

          La palabra "cabeza" no significa "dictador", y mucho menos "déspota". El marido cristiano considera mucho a su es­posa y a sus hijos. "Maridos ... vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida" (1 Ped. 3:7). La mujer comparte la dirección de la familia (1 Tim. 5:14; Tito 2:5); ella es compañera, y no esclava del marido.

          Debe proveer para su familia en todo sentido, física, espiritual y socialmente. El es el proveedor, él "provee para los suyos" (1 Tim. 5:8), y si no lo hace, "ha negado la fe, y es peor que un incrédulo". Debe proveer alimento, abrigo, techo, edu­cación, dirección en asuntos de recreo y actividad social, y sobre todo, la dirección espiritual.

          Es el protector de su familia. Protege su familia del daño físico, y también del daño espiritual.

          Como cabeza de la familia, el marido está obligado a disciplinar con amor a sus hijos (6:4, notas).

          -- "así como Cristo es cabeza de la igle­sia". La autoridad del marido es regu­lada y templada por esta regla: "así como Cristo" (véase el v. 25). Es el modelo perfecto de cómo ejercer la autoridad con amor y consideración.

          -- "la cual es su cuerpo, y él es su Sal­vador". La iglesia es el cuerpo de Cristo (1:22, 23; 2:16; 4:4). Cristo es su Salvador, porque la iglesia es el número total de los salvos. Los salvos se añaden a la iglesia (Hech. 2:47). Es importante aprender que Cristo, y no la iglesia, es el Salvador.

          No ingresamos en la iglesia para ser salvos, sino Cristo nos salva y nos añade a la iglesia. No digamos, "Tenemos que es­tar en la iglesia de Cristo para ser salvos", sino, "Obedezcamos a Cristo para ser salvos, y el Señor nos añadirá a la iglesia". No es correcto el concepto de la iglesia como un tren que nos lleva al cielo, y que si escogemos el tren correcto, no habrá problemas. Cristo es el Salvador.

          Cuando los evangélicos dicen que "la iglesia no salva", concluyen que "se puede escoger la iglesia de su preferencia". Es otro extremo y su conclusión es errónea. La iglesia no salva, pero los salvos sí están en la iglesia del Señor.

          5:24 -- "Así que, como la iglesia está su­jeta a Cristo". La iglesia que deja de re­conocer esto, deja de ser iglesia de Cristo. Su candelero se quitará (Apoc. 2:5). La expresión "sujeta a Cristo" está en pleno contraste con "sujeta a" otra autoridad re­ligiosa. La Iglesia Católica Romana está sujeta al Papa; los grupos protestantes o evangélicos están sujetos a sus concilios; los mormones están sujetos a José Smith y la jerarquía de esa iglesia; los "Testigos" están sujetos a la Torre de Vigia, etc.

          Los hermanos en Cristo pueden caer en el mismo error y estar sujetos a los "ancianos patrocinadores", o a otros hom­bres de influencia en la iglesia. Re­cuérdese que Cristo todavía tiene toda potestad en el cielo y en la tierra (Mat. 28:18).

          -- "así también las casadas lo estén a sus maridos en todo". De la misma manera las hermanas deben reconocer la autoridad de sus maridos. La hermana que reconoce que Cristo es la cabeza de la iglesia debe entender también que el marido es la cabeza de la familia. Esto significa que ella no debe tomar en sus propias manos las riendas para dirigir la familia. Hay hermanas que pueden ver claramente que la insubordinación a Cristo es pecado, pero no pueden ver que la insubordinación de la mujer a su marido es pecado, pero la mujer que no esté su­jeta a su marido tampoco está sujeto a Cristo.

          Hay mujeres que tienen más edu­cación formal que sus maridos, y aun pueden ga­nar más dinero que sus maridos. Pero esto no les da el derecho de cambiar el orden de Dios. La mujer muy educada y de grandes capacidades debe casarse con algún hombre a quien pueda respetar como su cabeza. Porque no es nada inteligente la mujer que no acepte el pa­pel de la mujer asignado por Dios. Sant. 3:13 dice, "¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedum­bre".

          "Porque el varón no procede de la mu­jer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón" (1 Cor. 11:8,9). Este texto da énfasis al propósito de Dios en crear a la mujer para ser una "ayuda idónea" para el hombre (Gén. 2:18). Ella, como ayuda idónea, debe identificarse con su marido en todo. Debe estar siempre muy interesada en él, en su trabajo, en sus problemas, y en todo as­pecto de su vida, para apoyarle y ayudarle. Debe servir siempre de aliento, y nunca de estorbo.

          Lamentablemente, hay muchas es­posas que buscan sus propios intereses, en lugar de apoyar a sus maridos. Se intere­san en su propia carrera. Dicen que no hallan satisfacción y cumplimiento per­sonal en su papel doméstico. Aunque tales mujeres tengan hijos, los dejan al cuidado de otros, para seguir su propia carrera y sus propios intereses. Así rechazan el arreglo de Dios, y también destruye la fe­licidad tanto para ella misma como para su familia. La mujer que quiera indepen­dizarse de su marido y el trabajo de él, no está bien ante los ojos de Dios, y obra en contra de sí misma.

          5:25 -- "Maridos, amad a vuestras mu­jeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella". La mu­jer debe estar sujeta al marido como la iglesia está sujeta a Cristo, para que el marido ame a su esposa como Cristo amó a la iglesia. Y el marido debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia, para que su esposa se sujete a él como la iglesia está sujeta a Cristo.

          Cristo es el ejemplo de amor para el marido. ¡Qué modelo perfecto! ¿Quién puede imitar el amor de Cristo para su esposa, la iglesia (2 Cor. 11:2)? Si el marido ama a su esposa como Cristo amó a la iglesia, estará dispuesto a hacer sacri­ficios por ella. Estará dispuesto a sufrir y aun a morir por ella. Esta clase de amor destruye el egoísmo. ¡Cuántos divorcios se evitarían si hubiera más amor tan sincero!

          Este amor del marido debe ser expre­sado en el afecto, en la simpatía, en el apoyo, en el consuelo, en la comprensión, en la paciencia, y sobre todo en la consideración. Debe vivir con ella sabia­mente (1 Ped. 3:7). "Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas" (Col. 3:19). La crueldad en la familia es algo inexplicable.

          El machismo indica un complejo de in­ferioridad, una inmadurez casi incalcu­lable, y sobre todo una profunda ignoran­cia y falta de cultura. Muchos hombres son crueles ("ásperos") con sus esposas, porque se sienten frustrados en su trabajo o negocio, y buscan "víctimas". No se atreven a golpear al verdadero objeto de su enojo, pero quieren golpear a alguien. Por tanto, la esposa y los hijos llegan a ser sus víctimas.

          Este comportamiento no coincide en ningún sentido con la actitud de Cristo para con su iglesia. El "se entregó a sí mismo por ella", para demostrar su gran amor por ella.

          5:26 -- "para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra". Recuérdese que Dios "nos es­cogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él" (1:4). "La voluntad de Dios es vuestra santificación" (1 Tes. 4:3). La palabra "santificar" significa sen­cillamente "apartar". Dios nos dice repeti­das veces que debemos apartarnos de toda especie de mal. Somos un pueblo separado del mundo. Cristo murió para efectuar esta separación. La persona que profesa ser cristiano pero que no quiere apartarse del mundo menosprecia la san­gre de Cristo.

          -- "el lavamiento del agua por la pa­labra", el bautismo en agua para perdón de los pecados (Mar. 16:16; Hech. 2:38; 22:16). Dios "nos salvó ... por el lavamiento de la regeneración y por la renovación del Espíritu Santo" (Tito 3:5), texto que coincide perfectamente con Hech. 2:38. Aunque 10,000 pastores sectarios digan que no es cierto, somos purificados por el bautismo, que es "el lavamiento del agua por la palabra".

          -- "por la palabra". "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad". El nuevo nacimiento se efectúa por medio de la palabra (1 Ped. 1:23; Sant. 1:18; 1 Cor. 4:15). El evangelio es la semilla que pro­duce la nueva vida. La palabra obedecida purifica el alma (1 Ped. 1:22).

          5:27 -- "a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa". Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento el pueblo de Dios se llama su esposa. Véanse Isa. 62:5; 2 Cor. 11:2, 3; Apoc. 19:6-8; 21:2, 9. Se hace esta com­paración para dar énfasis al amor de Dios por su pueblo, y el amor que su pueblo debe sentir por El, y para recordarnos de la gran necesidad de la santificación y la pureza.

          5:28 -- "Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama". Son una sola carne. Son uno. Lo que afecta a la esposa también afecta al marido. El marido que promueve el bienestar de su esposa promueve al mismo tiempo su propio bienestar. El marido que busca la felicidad para su es­posa busca su propia felicidad. El marido que honra a su esposa honra a sí mismo. Pero el marido que maltrata a su esposa practica una forma de autodestrucción. El que no ama a su esposa no se ama tam­poco a sí mismo. El que aborrece a su es­posa se aborrece también a sí mismo.

          5:29 -- "Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia". El marido no aborrece a su propio cuerpo, y por lo tanto, no debe ser áspero (cruel, amargo) con su esposa. El hombre sus­tenta y cuida su propio cuerpo, y es una sola carne con su esposa; debe, por lo tanto, sustentar y cuidar a su esposa, ya que ella es como un suplemento de él, o una extensión de él, de su cuerpo y de su vida. Dijo Adán, "Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada" (Gén. 2:23). Todo marido debe considerar a su esposa como otra Eva, como tomada de su propio costado.

          -- "la sustenta y la cuida". "La nutre y la regala" (H-A). Sustentar o nutrir quiere decir alimentar y sostener. La palabra traducida "cuidar" o "regalar" se usa en 1 Tesal. 2:7, "Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos". Expresa la idea de cariño, calor, amor tierno.

          El marido que tiene esta actitud hacia su esposa imita a Cristo. Provee toda cosa necesaria para ella, no solamente comida, ropa, casa, protección, sino también el cuidado espiritual y emocional.

          -- "como también Cristo a la iglesia". Otra vez, se refiere al perfecto dechado. El marido debe sustentar y cuidar a su es­posa como Cristo sustenta y cuida a su iglesia.

          5:30 -- "porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos". Su cuerpo es la iglesia (1:22,23; 4:4). Somos participantes de todas las bendiciones es­pirituales en Cristo (1:3). Nuestra unión es verdadera, íntima y fuerte. Cristo es la cabeza, y toda la fuerza y vitalidad pro­cede de El.

          (La expresión "de su carne y de sus huesos" es, probablemente, una in­terpolación por algún escribano, porque no aparece en los manuscritos más an­tiguos. Por lo tanto, se omite en algunas de las versiones que se usan ahora, o aparece entre corchetes y con un número de referencia para indicar lo dudoso de su inspiración. Gén. 2:23 se aplica a Eva, pero no hay seguridad de que se aplique a la iglesia.)

          5:31 -- "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne". Este texto tan importante (Gén. 2:24) es citado por Jesús (Mat. 19:5) y aquí por Pablo, para que el marido reconozca que su esposa es otra parte de él mismo. "Así que no son ya más dos, sino una sola carne" (Mat. 19:5). Efes. 1:23 dice que la iglesia es "su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". La palabra "plenitud" puede tra­ducirse "complemento" (así dice el margen de la Versión Hispano-Americana).

          Cristo, la Cabeza, necesitaba de un cuerpo; la iglesia es el complemento de Cristo. En un sentido, la iglesia lo com­pleta. Así también el hombre necesita complemento, "una ayuda idónea para él" (Gén. 2:18).

          -- "se unirá" para el resto de la vida.

          5:32 -- "Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la igle­sia". Un misterio es algo no entendido por los hombres sin alguna revelación de Dios (compárense 1:9; 3:3, 4, 9). Desde el prin­cipio cuando Dios juntó al primer matri­monio, esta unión ha simbolizado en su mente la unión de Cristo y su iglesia, pero hasta ahora (en Efesios) se revela.

          La Versión Vulgata traduce la pa­labra "misterio" como "sacramento", y de este error vino el llamado sacramento de matri­monio. La palabra "sacramento" no es palabra bíblica; tampoco es bíblico el concepto de "sacramento" ("acto religioso que tiene por objeto la santificación de una persona", Larousse).

   Además, el matrimonio no es acto o rito eclesiástico. Es para toda la humanidad, y tuvo su origen en Edén. Los votos matri­moniales no tienen que ser solemnizados por la iglesia. Es bueno que los hermanos en Cristo acompañen a los novios durante las bodas, y siempre es apropiado cantar, orar y estudiar textos apropiados juntos en cualquier ocasión. Pero es importante en­señar que el matrimonio no es un acto eclesiástico.

          Todo el sistema de los sacramentos fue inventado por el clero romano para ejercer más control sobre sus feligreses, desde el nacimiento hasta la muerte.

          5:33 -- "Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido". Pablo emplea el verbo "agapao", el amor que describe a Dios (1 Juan 4:8; Jn. 3:16), y es el amor que el Espíritu Santo produce en nuestros corazones (Gál. 5:22). Este amor nos mueve a sacrificarnos para el bienestar de la persona amada.

          -- "la mujer respete a su marido", "reverencie" (Versión Moderna y Versión Hispano-Americana). La Biblia de las Américas dice, en el margen, "Literalmente, tema"). La mujer cristiana tiene una reverencia sana y apropiada para su marido. No es temor, como de un tirano, sino una combinación del amor, res­peto, gratitud y sujeción. La palabra "respetar" no es tan fuerte como la pa­labra griega empleada en este texto; son más correctas las palabras "reverenciar" o "temer".

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