1

“Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento”

Oseas 4:6


 

 

Hay problema

 

La respuesta catequística

 

Que tenga aplicación práctica

 

¿Cuán serio es el problema?

 

Una vez no es suficiente

 

¿Cuál es la respuesta?

 

          Los que están vigilantes en los asuntos de la iglesia están preocupados por ella. Nos afligimos por nuestros jóvenes que vienen de buenas familias y que, aun así, se apartan tan pronto como alcanzan la edad de responsabilidad. Las apostasías parecen ine­vitables. Una generación parece estar firma y fuerte; la que viene se pierde en la apostasía. Hay muchos cristianos que no pueden dar una respuesta bíblica a la pregunta más sen­cilla. ¿No es probable que estos problemas estén relacionados?

          Una congregación cercana, buscando mejorar su programa de enseñanza, escogió una dama para que evaluara las clases ense­ñadas por damas. Al mismo tiempo, un va­rón observó las clases enseñadas por varo­nes. Descubrieron que los maestros estaban ocupando de tres a cinco minutos en la en­señanza de la Biblia. El resto del tiempo era ocupado en colorear, cantar, conversar sobre las actitudes en general, o simplemente en conversar después de que las preguntas del cuaderno de trabajo habían sido leídas.

          Hace algunos años al conferenciar en el Florida College, un orador estaba deplo­rando la falta de conocimiento de la Biblia en los jóvenes cristianos de edad universita­ria. Mientras él hacía una franca llamada a los maestros en todo lugar a despertar a su gran responsabilidad, y mejorar la calidad de la enseñanza que estaban impartiendo, yo silenciosamente aplaudía, hasta que el dio la solución al problema: "Pongamos las sillas en un círculo...". ¡Yo quería gritar como protesta!

          Las sillas pueden estar en un círculo o en filas fijas; los salones pueden ser hermo­sos, obscuros o monótonos, las ayudas vi­suales pueden ser caras o hechas del papel de envoltura. Esas cosas no importan porque no tienen nada que ver con la esencia de nuestro problema. Para llegar al corazón del asunto debemos preguntarnos, ¿qué se está haciendo con los corazones de los alumnos en cada clase? ¿a qué altura son llevados mientras sus corazones se emo­cionan al oír del plan de Dios para la reden­ción del hombre? La gente es muy ingenua al buscar un arreglo fácil. Pensamos que la enseñanza en equipo, programas de estudio, o temas unifi­cados de enfoque, ciertamente harán que nuestra enseñanza sea admirable. Dejemos de buscar algún método de enseñanza mila­groso. No hay fórmula mágica. No importa qué método de enseñanza se use, mientras la instrucción no deje ninguna impresión, no se profundice, no se repita tan a menudo como sea necesario, y carezca de propósito, fraca­saremos en la enseñanza de nuestros jóvenes.

          Debemos volvernos a la enseñanza básica de la Biblia. Relatemos las grandes obras de Dios. Relatemos cómo Dios siem­pre ha tratado con la humanidad a través de las edades. Relatemos cómo Dios siempre ha cumplido sus promesas, tanto para bendicio­nes como para castigo. Relatemos de la vida y naturaleza de Jesús para que sepamos cómo imitarlo en nuestras vidas. A través de todo el estudio de la Biblia debemos edificar un amor genuino por Dios en el corazón de nuestros oyentes para que cada uno desee servirlo.


La respuesta catequística


          Algunos métodos de enseñanza en­fatizan el aprendizaje de los hechos por el puro fin de poder responder un conjunto de preguntas ya establecidas. Yo llamo a tal aprendizaje la respuesta catequística. Un catecismo es un instrumento de enseñanza en el cual se presentan preguntas y se dan las respues­tas. El estudiante lee la pregunta y memoriza la respuesta. La comprensión no se enfati­za y es improbable que ocurra en tales cir­cunstancias. Los que somos de la iglesia de Cristo no tenemos un catecismo preparado para memorizar, pero a menudo enseñamos de manera que resulta lo mismo.

          Cuando estamos enseñando una mate­ria la cual se diseñó para fortalecernos con­tra el error, es muy importante que el estu­diante participe en el proceso mental. La si­guiente historia nos muestra el por qué:

          Un profesor dividió su clase en tres grupos. Le dijo al primero que un conferen­cista invitado hablaría con ellos, pero no les refirió el tema u otra cosa. El conferencista vino y planteó que cepillarse los dientes cau­saba la pérdida de la dentadura porque da­ñaba el esmalte. El resultado: él convenció casi a todos.

          Luego el profesor preparó al otro grupo. Les dijo que un conferencista invi­tado vendría, pero en esta oportunidad, él les dijo que el conferencista plantearía que ce­pillarse los dientes causaba la pérdida de la dentadura. Además les dijo qué argumentos el conferencista usaría, y les dio las res­puestas. ¿Los resultados? Sorprendente­mente, casi todo el grupo fue convencido por el orador.

          Con el tercer grupo el profesor los previno que el orador expondría que cepi­llarse los dientes causaba la pérdida de la dentadura. En esta oportunidad después de decirles los argumentos que serían expues­tos, no les dio las respuestas. Al contrario, él interrogó a los estudiantes cómo responde­rían a esos argumentos. La clase se alistó vigorosamente en la formulación de argu­mentos contrarios. Cuando el conferencista presentó su caso, ningún estudiante fue con­vencido.

          Esta ilustración nos lleva al mismo corazón de la respuesta catequística. Cuando a los estudiantes les fueron dados los argu­mentos y las respuestas, el conocimiento no era realmente de ellos. Ellos no estaban pre­parados para enfrentar el error hasta que por sí mismos hubieran pensado el asunto.

          Uno de los resultados mas peligrosos de la respuesta catequística es la inhabilidad de aplicar principios antiguos a situaciones nuevas, porque en lugar de completamente entender y asimilar los principios básicos a tratar, meramente repetimos como loro las palabras y frases. Por ejemplo, una vez yo traté de comprender "la matemática mo­derna", y le pedí a mi hijo que me explicara el término “conjunto". Lo hizo de la si­guiente manera: “Es la formación de varia­bles suscritos”. Allí me quedé con una defi­nición elegante de lo que es un “conjunto”. Yo podía definir cada palabra de esa fór­mula, pero no tenía idea alguna de lo que significaban en el contexto matemático. Si alguien me hubiera preguntado por la expli­cación de un “conjunto”, yo habría proferido una muy inteligente y sonora secuencia de palabras, pero no habría entendido ninguna cosa de lo que estaba diciendo.

          Del mismo modo, la gente aprende una lista de cosas específicas para verificar si una iglesia es "sana", aun cuando ellos no sepan todavía los principios por los cuales uno determina lo que es "sano" o “no sano”.

          Por lo tanto, una persona parece ser estricta y fiel hasta que otra innovación que no esté censurada en su lista aparezca, y él sea el primero que se deje llevar por la digresión.

          No habremos triunfado completa­mente en nuestra enseñanza si nuestros alumnos meramente responden preguntas bíblicas que les podamos lanzar. Cada estu­diante debe comprender también cómo se relaciona el plan de Dios para la redención del hombre con su propia vida.


Que tenga aplicación práctica


          En reacción a las clases bíblicas que nos han conducido hacia la respuesta cate­quística, hemos ido demasiado lejos en di­rección contraria. En todas partes estamos oyendo la expresión, “Que tenga aplicación práctica”. Es verdad que un niño debe ser enseñado que debe relacionar los principios de la Biblia a su propia vida, pero él debe aprender los hechos antes de que pueda estar "relacionando" principios a su vida.

          Cuando el grito en todas partes es: "Necesitamos realmente trabajar mucho para hacer que la Biblia tenga aplicación prác­tica", estamos siendo afectados por la falta de fe en el mundo alrededor de nosotros. ¿Qué podría tener más aplicación práctica que las leyes que Dios nos ha dado para que vivamos por ellas? ¿Qué podría tener más aplicación práctica que la historia de cómo Dios ha tratado y continúa tratando con el hombre? La Biblia no está pasada de moda. ¿Qué podría mover más a los hombres que una historia bien presentada de lucha, servi­cio, sacrificio y triunfo? ¡Y la Biblia está llena de historias como esas!

          “La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom.10:17). “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Prov.1:7). "Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre" (Juan 20:31). Pablo dice que po­demos comprender su conocimiento en el misterio de Cristo al leer sus escritos (Efes. 3:3‑4) ¿Qué logró Juan al escribir sobre Cristo o qué logró Pablo al escribir sobre el plan de Dios para redimirnos si nosotros no tomamos tiempo para leer, estudiar y medi­tar en sus palabras?

          Es verdad que yo no deseo enseñar la historia de Noé con el único fin de preparar a los estudiantes a decir cuán grande era el arca, cuán alta y cuántos días llovió. Yo debo asegurarme de que mis estudiantes vean la relación entre la historia que estoy contándoles y los principios por los cuales ellos deben vivir. Pero pensemos en las lec­ciones que aprendemos de la historia de Noé. Aprendemos que cuando Dios da un mandamiento, El quiere que lo sigamos exactamente. "Y lo hizo Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó” (Gén. 6:22). La historia nos muestra que Dios puede ben­decir al justo y castigar al malo al mismo tiempo (2 Ped. 2:4‑9). Los mandamientos para nosotros son diferentes, pero nuestra respuesta a esos mandamientos tiene que ser la misma. ¿Qué lecciones más importantes podríamos aprender? Pero no podemos aprender esas lecciones a menos que veamos cómo Noé cuidadosamente obedeció a Dios en cada detalle. Por lo tanto, los detalles de la historia enseñan la misma lección que es­tamos tratando de enfatizar. La historia, contada apropiadamente, hace clara su lec­ción, para que haya muy poca necesidad de que “se predique” sobre ella.

          Una joven madre platicaba con entu­siasmo acerca de su clase más reciente. Ha­bía pasado todo el período enseñando a sus alumnos de dos y tres años de edad a decir, "Sean bondadosos el uno con el otro". Ese era un concepto digno de atención, pero ¿no habría sido reforzada la lección si ella hu­biera usado la historia de Dorcas para ilus­trar la bondad?

          La elección es mía. Yo puedo quitar un versículo completamente fuera del con­texto en que el Espíritu Santo lo puso, y usar todo el tiempo de la clase para lograr que mis alumnos repitan las palabras de dicho texto mientras yo lleno sus mentes con tri­vialidades o axiomas (un dicho corriente, árido, trivial; una verdad obvia, o evidente por sí sola) que ellos han escuchado antes. Cuando la clase se termine, ellos rápida­mente olvidarán las palabras que han repe­tido y las desecharán por pensamientos que los motiven más.

          O yo puedo enseñar una historia como la de José. Vemos el favoritismo que Jacob muestra hacia uno de sus hijos; vemos el celo creciendo en sus hermanos; vemos su odio cuando le venden como esclavo. Nos afligimos con José cuando emigra a Egipto con los mercaderes. Luego nos alegramos viéndolo elevado a lo más alto en la casa de Potifar, pero nos apenamos de nuevo cuando le vemos calumniado y lanzado a prisión. Observamos mientras él permanece fiel a Dios, y nos regocijamos cuando Dios final­mente lo lleva al poder en Egipto. Respira­mos entrecortados mientras aquellos mismos hermanos que le vendieron unos veinte años atrás, ahora vienen ante José sin saber quién es él y se inclinan a sus pies rogando por alimento. Nuestras mentes se agitan con José cuando él les reconoce y sabe que debe in­vestigar qué tipo de hombres son ahora. Nos angustiamos mientras él prueba a sus her­manos. Vemos cómo sus asustados herma­nos regresan con Benjamín, el más joven de los hermanos y cuando José reconoce a su amado hermano, con prisa nos retiramos del cuarto con él a llorar. Observamos como él continúa la prueba hasta que sus hermanos le demuestren que ya no son el tipo de hombres que venderían a un hermano. Le escuchamos decir: "Yo soy José ... ¿Vive mi padre aún?” Contemplamos las expresiones de asombro y agitación en las caras de sus hermanos y vemos como le escuchan decirles, ''No se culpen ustedes. Dios me envió adelante para cuidarles durante esta hambre. Traigan sus esposas y niños a Egipto para que yo pueda cuidarles".

          ¿Cuál de las dos clases hizo aplica­ción práctica de la lección? Supongamos que el versículo que usted escogió para enseñar fue "Sé fiel hasta la muerte...”. Suponga que usted ocupó el tiempo hablando acerca de las posibles tentaciones que podrían venir a sus alumnos. Suponga que usted instó a cada uno a resistir la tentación y a crecer como resultado de cada prueba. Hablando de pro­babilidad, ¿qué recordará el niño en el tiempo de necesidad: Un versículo que un día su maestra le enseñó a repetir? o ¿el ejemplo de un gran hombre que siempre triunfó? Usted sabe la respuesta. Yo nunca he enseñado a un niño la historia de José sin verlo dejar el salón de clases con su cabeza le­vantada un poco más alto, un poco más dis­puesto a ser como José, y ser fiel sin impor­tar lo que venga. La historia es siempre la mejor manera de hacer que los principios vivan en el corazón de los hombres.

          Piénselo. Por supuesto que los prin­cipios de la Biblia deben ser aplicados a nuestra vida; de lo contrario, de ningún modo podríamos aprender cómo vivir, pero para eso están los sermones. Nuestra genera­ción ha escuchado más sermones que cual­quier otra generación, pero estamos predi­cando en los salones de clases también. Los predicadores dan por hecho que sus oyentes conocen los detalles del pasaje que están considerando, así que no cuentan la historia y sólo sacan las lecciones que han planifi­cado para el sermón.

          También en los salones de clases mu­chos maestros dan por sentado que los alumnos conocen la historia. Ellos se pre­guntan, ¿qué lecciones puedo sacar de este pasaje? ¿cómo puedo relacionar o aplicar este capítulo a las vidas de ellos? Tales pre­guntas necesitan ser formuladas, pero sin omitir la historia. Si “predicamos” en lugar de “enseñar” todas las veces que nos reuni­mos, ¿cuándo vamos a aprender los hechos para aplicarlos a nuestras vidas?

          ¿Se han dado cuenta de que los niños pequeños tienden a aburrirse durante los sermones? Eso es porque los pequeños no entienden los sermones tan bien como en­tienden las historias de la Biblia. Si no te­nemos cuidado, nos encontraremos predi­cando en el aula de clases y aburriendo a los niños allí también, porque los conceptos es­tarán elevados para su entendimiento. Ense­ñemos una historia bíblica interesante, con sólo unas pocas frases para enseñar la lec­ción al niño, y la encontrará emocionante.


¿Cuán serio es este problema?


          ¿Sabe usted por qué el Israel de la antigüedad cayó? Dios dijo, "Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento … " (Oseas 4:6). ¿Eran ignorantes porque no ha­bía ninguna fuente de conocimiento disponi­ble? ¿Había olvidado Dios decir a su pueblo cómo quería El que vivieran? No, su ley es­taba disponible cualquier día que ellos opta­ran por aprenderla. El versículo continúa: "Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te desecharé del sacerdocio”. Ellos rechaza­ron el conocimiento al no aprovechar las oportunidades disponibles.

          Vivimos bajo la perfecta ley de la li­bertad; está disponible dondequiera. Proba­blemente hay varios ejemplares de la Biblia en la casa de cada estudiante. Esa ley será la regla por la cual seremos juzgados en el día final, pero ¿cómo puedo yo obedecer leyes si ni siquiera sé que existen? ¿Como puedo esperar que mis hijos obedezcan leyes que nunca han oído?

          Desafortunadamente no asimilamos el conocimiento por ósmosis. El mero hecho de tener la Biblia no nos asegura que tenga­mos el conocimiento en nuestra mente. ¿En realidad ha leído su Biblia y meditado en sus verdades? ¿Han leído la Biblia sus hijos adultos o casi adultos? Un libro cerrado no tiene ningún valor. Sería como estar vi­viendo en la selva sin ningún acceso a la Bi­blia.


Una vez no es suficiente


          A menudo durante las series de servicios me encuentro de visita entre jóvenes y adultos en la casa de alguno de ellos. En una conversación acerca de la Biblia, a veces hago una pregunta a un adolescente acerca de Samuel o algún otro gran héroe bíblico, y el joven no sabe o no re­cuerda nada acerca de él. En ese momento algún adulto, escuchando por casualidad el interroga­torio, se lanza hacia al pobre estudiante diciéndole: ¿por qué no sabes la respuesta? yo te enseñé acerca de Samuel cuando estabas en el primer año de clases”. El maestro sinceramente piensa que el estudiante debe conocer la información que se le ha presentado una o dos veces en toda su vida (¡él estudió acerca de Samuel por segunda vez en el cuarto grado!). Tales expectativas están totalmente lejos de la realidad.

          Las personas que han estudiado el fenómeno de la memoria hablan de algo que ellos lla­man el “sobreaprender”; es decir, que un hecho se le presente tantas veces que éste se convierte en parte permanente de la memoria de uno. Aunque nunca se estudie ese hecho de nuevo, aun así será retenido.

          ¿Cuántas repeticiones requerirá el llamado “sobreaprender"? Treinta repeticiones efectivas. ¡Treinta! El joven Juan había escuchado de Samuel dos veces en catorce años. Había escuchado de él sólo dos veces porque el único lugar en que él lo escucharía era en el local de la iglesia. Nótese que no hay nada mágico en el número treinta. Lo mágico está en la palabra "efectivo". Algunas repeticiones son tan efectivas que una es suficiente, ¡para siempre!

          Cuando yo era muy pequeño, caminaba a la puerta de la cocina siguiendo un bicho que estaba en la ventana de ésta. El cuerpo obscuro del bicho se reflejaba en la luminosidad de la luz que entraba por la ventana. Yo había aprendido que los bichos no eran bienvenidos en la casa. Estaba ansioso de hacer cumplir esta sagrada regla, así que utilicé el arma que tenía a mi disposi­ción ‑ la mano ‑ y con fuerza aplasté al bicho, apretándolo contra la ventana. Mientras lo hacía, un intenso dolor comenzó en la palma de mi mano, rápidamente subió a mi muñeca y siguió por el hombro. ¡El bicho era una avispa grande y roja! En las décadas que han transcurrido desde ese día, yo no he aplastado otra avispa. ¡Aprendí rápidamente! He tenido mas pinchazos desde en­tonces, pero aun si no los hubiera tenido, no tendría dificultad en recordar cómo fue el primero. ¡Hablando de repeticiones efectivas! pero ¿qué hizo tan efectiva esa repetición? Yo vi al bicho, aplasté al bicho y finalmente sentí al bicho.

          Cada repetición debe ser tan real como fuere posible, involucrando todos los sentidos. Podemos bien imaginar a Jesús señalando a los pájaros volar en el cielo cuando dijo: "Mirad las aves del cielo", o a las flores, creciendo en su ambiente silvestre, cuando dijo: "Considerad los lirios del campo” (Mateo 6:26‑28).

          Para que el aprendizaje sea lo más efectivo, debe haber intervalos entre las repeticiones. Esos intervalos necesitarían ser no muy largos para que no se olviden los hechos, y después ir alargándolos gradualmente a medida en que los hechos se vayan estableciendo firmemente.

          ¿Cuántas veces han oído sus hijos la historia de Samuel? ¿Es ya parte permanente de su memoria?


¿Cuál es la respuesta?  ¿Cómo enseñar efectivamente?


          E1 punto principal de esta lección, es dar a conocer un problema que sí existe en la ense­ñanza que se está llevando a cabo en la mayoría de las congregaciones a través del país. Estamos criando jóvenes que no conocen sus Biblias. En el resto del libro nos dedicaremos a hacer suge­rencias acerca de cómo enseñar más efectivamente. Puesto que nosotros mismos estamos tra­tando de llegar al cielo, y puesto que estamos tratando diligentemente de enseñar a nuestros niños cómo llegar al cielo, no podríamos ocupar nuestro tiempo en un tema más provechoso que el de cómo enseñar efectivamente.

Tarea:

Analice las clases que usted regularmente enseña o a la cual asiste. ¿Qué resultado está usted obteniendo?

1. ¿Está usted obteniendo solamente una respuesta catequística?

2. ¿Está usted "predicando" más que "enseñando"?

3. ¿Qué mejoramientos podrían hacerse?

 

 

 


 

Al Estudio Anterior: Una generación que no conoce a Dios: Introducción
Libros Index
Al Siguiente Estudio: Una generación que no conoce a Dios: Página número 2