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Jesús, el Maestro de maestros

 

 

 

 

 

Características de
la enseñanza de Jesús

 

 

Jesús conocía las
Escrituras

 

 

La actitud de Jesús
hacia las Escrituras

 

 

Jesús conocía a los hombres

 

 

¿Cómo puedo yo ser
un maestro como Jesús?


 

          La mejor manera de aprender alguna técnica es observar al maestro artesano; así que cerremos nuestro libro observando cuidadosamente a Jesús, el Maestro de maestros.

          Sin duda alguna Jesús es el maestro más grande que jamás haya vivido. Muchos se han maravillado, tanto en los días de El, como en los nuestros, al observar o contemplar los milagros que El hizo. Lo que pocos reconocen, sin embargo, es que la enseñanza de Jesús fue en todo sentido tan maravillosa como sus milagros. El propósito de este estudio es llamar la atención a la enseñanza de Jesús de tal manera que veamos, como aquellos que vivieron años atrás vieron que, “jamás hombre alguno ha hablado como este hombre” (Jn. 7:46). Con mucha frecuencia erramos porque no aprendemos las lecciones que podríamos aprender del ejemplo de Jesús, porque decimos que “El era divino y nosotros no lo somos”. En verdad, El era la máxima perfección en todo aspecto, pero podemos observar su vida y sus métodos e imitarlos, aplicándolos en nuestras propias vidas y así enriquecer grandemente nuestras experiencias.

Características de la enseñanza de Jesús

          1) Sencilla. Cuando decimos que la enseñanza de Jesús era sencilla, no estamos diciendo que el significado de ella siempre era obvio. A veces Jesús ocultó a propósito sus puntos, de tal manera que los arrogantes y santurrones no pudieran percibirlos. En una ocasión los apóstoles preguntaron a Jesús, “¿Entonces, acercándose los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas por parábolas?” El respondió, “a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entiende” (Mat. 13:10-13).

          No obstante afirmamos que la enseñanza de Jesús era sencilla. Un gran maestro es aquel que puede escoger pensamientos sublimes y presentarlos al hombre común de tal manera que los pueda entender. La parábola del sembrador es una lección acerca de los diferentes efectos que el evangelio tiene sobre los corazones de los hombres, pero superficialmente, es la historia de un sembrador que sembró su campo. Jesús hace sencillo lo profundo. Los eruditos frecuentemente hacen muy complicada la sencillez de Jesús. Es nuestro propósito en este libro estudiar para aprender aquello que hizo de Jesús un magnífico maestro, para que nosotros mismos podamos crecer como maestros, aprendamos este punto: Jesús cuando enseñaba procedía de lo complejo y profundo a lo sencillo.

 

          2) Profunda. Aquí tal vez digamos que estamos estudiando el entendimiento profundo de Jesús porque El no podría haber enseñado pensamientos profundos si no hubiera tenido entendimiento profundo. Uno de los ejemplos más interesantes del entendimiento profundo de Jesús es la ocasión cuando los saduceos vinieron para preguntarle acerca de la resurrección (Mat. 22:23-33; Mar. 12:18-27; Luc. 20:27-40). Es obvio que los saduceos habían comenzado con una suposición: simplemente no puede haber una resurrección. Esa era una de sus creencias básicas (Hech. 23:8). Entonces fabricaron una historia torcida que consideraban imposible de desenredarse si hubiera resurrección. Huelga decir que esta táctica es todavía una de las favoritas de los falsos maestros.

          La historia que ellos contaron trataba de siete hermanos. El primer hermano se casó con una mujer y, después de algún tiempo, murió sin dejar descendencia. En turno, los hermanos se casaron con la mujer y cada uno murió sin dejar descendencia. Al fin la mujer murió también. Entonces vendría lo que consideraban el éxito rotundo: “En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer, ya que todos la tuvieron?” Se puede deducir que ellos estaban seguros que de ninguna manera podría Jesús contestar esta pregunta. Imagínese la sorpresa de ellos cuando con calma Jesús respondió, “Erráis”. Imagínese la consternación cuando El explicó además que estaban errados porque no conocían las Escrituras ni el poder de Dios.

          Rápidamente resolviendo lo que se suponía era un complejo problema, Jesús respondió su pregunta diciendo que ninguno de ellos la tendría porque en la resurrección no existirá la relación matrimonial. Jesús entendió, sin embargo, que el punto crítico del asunto era si habría una resurrección, así que El trató la verdadera controversia. El citó un texto de la Escritura, no algún pasaje oscuro y esotérico que sólo uno de diez mil conocería, sino una referencia común que todo judío conocía desde la niñez, la aparición de Dios a Moisés en la zarza ardiente (Exodo 3:6).

          Piénselo. Dios dijo a Abraham, “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Generaciones de judíos habían conocido esa afirmación, pero a Jesús le tocó ver su significado fundamental. “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Cuando Dios hizo esta declaración a Moisés, Abraham, Isaac, y Jacob, ellos ya tenían algunos siglos de haber muerto. Sin embargo, Dios dijo, “Yo soy” su Dios. Pero Dios no es Dios de hombres muertos, sino de los vivos. Si Dios todavía era el Dios de Abraham, Isaac, y Jacob, entonces ellos habían estado viviendo y seguirían viviendo en algún lugar. Este argumento probó tanto la existencia del espíritu separado del cuerpo, como también el hecho de que aquellos espíritus aguardaban la resurrección.

          Por lo tanto, al observar la enseñanza de Jesús, aprendamos a meditar en las Escrituras y aprender los pensamientos profundos que nuestros estudiantes necesitan aprender de nosotros. Pero tengamos cuidado de no olvidar el primer punto: después de aprender los pensamientos profundos nosotros mismos, tengamos cuidado de expresarlos en términos que nuestros oyentes puedan comprenderlos.

 

          3). Penetrante. La enseñanza de Jesús no salió de sus labios para caer en saco roto. Tampoco salió como neblina para disiparse en el aire enrarecido. Tampoco pronunció cada palabra como si cada una de ellas fuera un trofeo que debiera exhibirse y admirarse como el producto de su intelecto. No, más bien El arrojó sus palabras como dardos que penetrarían en los corazones de sus oyentes.

          Considere la historia de la mujer sorprendida en el acto de adulterio (Juan 8:1-11). Los escribas y fariseos le trajeron una mujer sorprendida en el mismo acto de adulterio. El hecho de que no trajeron al hombre, ni siquiera mencionarlo, ha movido algunos estudiantes a concluir que tal vez los fariseos hubieran arreglado el incidente para que ella fuera atrapada. Yo no sé nada acerca de sí sucedió así o no. Pero eran capaces de hacer tal cosa. Ellos sí la usaron como una mera herramienta. Le trajeron a Jesús y le informaron que la mujer era una adúltera. Entonces recordaron a Jesús de la ordenanza de la ley que tal persona había de ser apedreada (Deut. 22:22-24). Los fariseos estaban confiando en el hecho de que, Jesús movido por la simpatía que pudiera haber tenido hacia la mujer la perdonaría; entonces ellos podrían clavarlo por dejar de guardar la pena de la ley.

          Es cierto que Jesús tenía alguna simpatía hacia la mujer (pero de ninguna manera aprobaba lo que ella había hecho). También es cierto que Jesús tenía todo el deseo de guardar la ley. Al mismo tiempo estaba consciente de la vil hipocresía de los fariseos. Ellos mismos eran pecadores que en su odio intenso hacia Jesús pasaban por alto la humanidad de otros y la ley misma. En seguida el Salvador trató estos tres problemas. La Escritura dice que se inclinó hacia el suelo, y comenzó a escribir en tierra, mientras los fariseos siguieron preguntándole sobre lo que El pensaba que se debería hacer. Finalmente, El se enderezó y dijo, “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. La flecha se había disparado. Otra vez se inclinó, y dejó que su palabra se grabara en la mente de ellos. El gentío era convicto de su propio estado pecaminoso e hipocresía en el asunto y “ellos, al oír esto, salían uno por uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros”.

          Vea que escena tan conmovedora. El gentío se ha ido. La mujer desdichada está de pie aturdida, tal vez tendría sus ojos fijos en el gentío que se retiraba y después en la figura inclinada de Jesús. Jesús se enderezó. Un punto se había tratado. La hipocresía de los fariseos se había reprendido, pero había otros dos problemas que tratar. ¿Qué de la pena de la ley? “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Y ella dijo, “Ninguno, Señor”. No había testigos para que testificaran. Sin testigos no se podría apedrear (Deut. 17:6, 7). Pero faltaba un asunto: el adulterio de la mujer. Jesús tenía poder en la tierra para perdonar pecados (Marcos 2:10), y esto lo hizo al decir, “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. La enseñanza de Jesús penetró en los corazones del pueblo y también en el de la mujer.

          Es necesario que la enseñanza apunte hacia un punto fijo. Es preciso que haya un blanco. Es necesario que haya un mensaje que disparar. Debe penetrar. Alguien tiene que disparar la flecha y alguien debe abrir su corazón para recibirla.


 

Jesús conocía las Escrituras


          Cuando la gente enseña, enseña acerca de lo que hay en sus corazones. O están limitados o grandemente ayudados por los hechos que conocen y las actitudes que tienen. Estas dos cosas, el conocimiento y la actitud, jugaron un papel vital en hacer que Jesús fuera el magnífico maestro que era.

          Jesús conocía las Escrituras. No importa qué otras cualidades El poseyese, si no hubiera tenido esta, no podría haber enseñado, porque El vino para hacer la voluntad del Padre (Heb. 10:7; Sal. 40:8). Cuando Satanás vino para tentar a Jesús, es bien sabido que Jesús respondió con un pasaje de la Escritura. Este hecho recalca el principio que si algo es bueno, entonces en alguna parte la Escritura se autoriza, genérica o específicamente. Si algo es malo, entonces no se encuentra en ninguna parte de la Escritura, o habrá algún pasaje de la Escritura que lo condene. En las citas de Jesús durante las tentaciones, El usó las Escrituras tanto positiva como negativamente. Cuando Satanás trató de persuadir a Jesús para que tentara a Dios echándose del pináculo del templo, Jesús sabía que sería malo porque un pasaje de la Escritura dice, “No tentarás al Señor tu Dios” (Mat. 4:7; Deut. 6:16). Cuando el diablo intentó hacer que Jesús se postrara y le adorara, Jesús sabía que sería malo porque un pasaje de la Escritura dice, “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mat. 4:10; Deut. 6:13). En la mente de Jesús esta declaración positiva quería decir, “No servirás a Satanás puesto que él no es Dios, sino el enemigo de Dios”.

          La actitud de Jesús era aquella de armonía ideal entre el conocimiento de uno y sus acciones. Jesús no sólo hacía siempre lo que El sabía era correcto (Hech. 1:1), sino que El sabía completamente todo lo que era correcto. Por esta razón El podía desafiar a sus enemigos, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46), y no encontró quién aceptara su desafío. Su vida era completamente congruente con su perfecto conocimiento.

          Puesto que estamos estudiando estas cosas para nuestro provecho personal, sería de ayuda estudiar la actitud de Jesús en términos que podríamos apreciar para nuestro propio beneficio. No podría haber mejor manera de hacer esto que estudiando el Salmo 119, aquella prosodia de alabanza de las leyes y testimonios de Dios.

          El escritor dice, “Bienaventurados los perfectos de camino, Los que andan en la ley de Jehová” (Sal. 119:1). La conducta correcta no se encuentra fuera de los mandamientos de Jehová, sino dentro de ellos. Siendo esto cierto, mientras mejor conozca uno la palabra del Señor, más capacitado será para saber lo que es bueno y, contrariamente, lo que es malo. Por eso el escritor dice, “En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti” (Sal. 119:11). El conocimiento de Jesús era completo. El nuestro no puede ser tan completo como el de El; ¿qué, pues, podemos hacer? Podemos estudiar y meditar en las Escrituras. Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas (el inglés dice, ‘obras maravillosas’)” (Sal. 119:27). Al meditar y estudiar, gustamos la buena palabra de Dios, y vemos que es buena, y crecemos para amarla. Moisés dijo, “Y nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días” (Deut. 6:24). El amor por la palabra nos anima al estudio y meditación en ella. “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación!” (Sal. 119:97). Los hombres que aman el santo libro de Dios buscarán oportunidades para estudiarlo. “Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos” (Sal. 119:148).

          No podemos saber tanto como Jesús, pero ¿cuánto se puede aprender durante la vida entera? Todos los hijos de Dios deben considerar como un desafío glorioso y compensador el atesorar toda la palabra de Dios que les sea posible, para que puedan discernir entre el bien y el mal en sus propias vidas y para enseñar a otros el camino de Dios. De esta manera llegamos a ser como Cristo.


La actitud de Jesús hacia las Escrituras


          Jesús no sólo sabía lo que las Escrituras decían, sino también lo que significaban. Somos tentados a decir, “Oh, pero eso fue por causa de su identidad divina y la plena posesión del Espíritu Santo”. Aunque esto es cierto, podemos apropiar su actitud para nuestro propio uso para ayudarnos a llegar a un entendimiento mejor de las Escrituras.

          Este concepto es expresado por Jesús en las palabras siguientes: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34). También dice, “yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29). El corazón del Salvador estaba perfectamente afinado a la voluntad del Padre, de modo que era capaz de ver lo que Dios quería decir por su palabra. Frecuentemente los hombres intentan hacer que Dios quiera decir lo que ellos quieren que El quiera decir, pero Jesús no tenía ninguna disposición de buscar su propia voluntad (Juan 5:30; 6:38).

          Un ejemplo perfecto de este principio se encuentra en el Sermón del Monte (Mat. 5-7). Jesús dijo, “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás” (Mat. 5:21). Para los judíos eso significaba que podían estar enfurecidos con el hermano por cualquier motivo o sin motivo alguno. Y aun podían maldecir al hermano y llamarle con nombres despreciables, con tal que no le apuñalaran o decapitaran con una espada. Para Jesús, sin embargo, el mandamiento significaba, que si es malo matar, también es malo albergar aquellas emociones que conducen al homicidio. “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (Mat. 5:22). Lo mismo se puede decir acerca del adulterio. Jesús dijo, “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio” (Mat. 5:27). Mucha gente dejaría que los ojos y el corazón fueran vagando tras una mujer, codiciando y alimentando la concupiscencia. Jesús entendió que si alguno de veras quería hacer la voluntad del Padre, se daría cuenta de que los mismos mandamientos que prohibían el adulterio, también prohibían esas actividades y emociones que conducen al adulterio. Jesús no estaba dando nuevas leyes en el Sermón del Monte. Estaba explicando el significado de las leyes que los judíos pasaban por alto. El problema del hombre en cuanto a guardar la ley de Dios es que él quiere hacer el servicio mínimo que pueda sin complicaciones, y todavía guardar la letra de la ley.

          Nuestra actitud hacia la palabra de Dios sobre cualquier punto debe ser que no hay en absoluto alguna virtud en mantener una posición de error. Personalmente no nos importa si el bautismo es aspersión o inmersión, pero nos preocupa mucho lo que la palabra de Dios dice sobre el tema. Las presiones del conformismo y el egoísmo y prejuicios deben hacerse a un lado para que nuestros corazones, como el de Jesús, puedan estar estrechamente afinados a la voluntad de Dios para que siempre busquemos el deseo de El y no el nuestro.

          Por medio del estudio y meditación, los hombres pueden esforzarse por tener el conocimiento que Jesús tenía, aunque nunca completamente alcancen esa meta. El entendimiento de las Escrituras viene a través del estudio, la oración, y el deseo de servir a Dios sobre todo.


Jesús conocía a los hombres


          El conocimiento de Jesús no estaba confinado a materia a estudiar. También conocía y entendía a los hombres. “Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:24, 25). Jesús no tuvo que ser informado acerca de alguno para conocerlo. Cuando el rico joven principal vino a Jesús (Mat. 19; Marcos 10; Lucas 18), él dijo que había guardado todos los mandamientos. Aparentemente él era una fina persona en varias maneras. Por medio de la perspicacia divina, sin embargo, Jesús vio el interior de su corazón tan claramente como nosotros miremos en una pila clara de agua, y allí El vio la enfermedad perniciosa del hombre: el amor al dinero y cosas materiales.

          Cuando un hombre con parálisis fue bajado por el techo para que Jesús lo sanara, Jesús dijo lo inesperado. En lugar de sanar al hombre inmediatamente, Jesús le dijo, “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2:5). Algunos de los escribas estuvieron sentados allí, y cuando oyeron esta declaración, cavilaban en sus corazones, “¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?” (Marcos 2:6, 7). Jesús percibió en su espíritu que habían cavilado de esa manera y El trató efectivamente con ellos porque sabía lo que estaba en sus corazones.

          No sólo podía Jesús leer cada mente humana, sino que también podía entender la operación de la mente en general. Este conocimiento le capacitaba para usar muchas técnicas diferentes de enseñanza que daban resultados fructíferos. Tener en mente varios de los principios y técnicas que Jesús usaba nos ayudará a mejorar nuestro trato con el vecino. Observe, pues, cómo Jesús enseñó a los hombres.

 

          1) Jesús ayudó a la gente para que sacaran sus propias conclusiones. El sabía que la gente aprende más efectivamente cuando son guiados a pensar por sí mismos. Después del estudio apropiado, la gente tiene los hechos disponibles para poder llegar a una conclusión verdadera y válida, pero necesitan dirección para organizar esos hechos. Observe que primero los hechos mismos deben ser enseñados, y entonces, a menudo sólo una poca ayuda en la organización de los hechos será suficiente para ayudar a alguien a descubrir un gran principio.

          Cuando el joven rico vino a Jesús preguntando qué debería hacer para tener la vida eterna, Jesús no dijo, “Yo sé qué tienes tú. Tú amas tu dinero más que amas a Dios”. Jesús sabía que cuando uno afirma una conclusión por otro, aquél puede simplemente negar dicha conclusión, pues no está convencido porque él no ha considerado los hechos. En lugar de darle la conclusión ya elaborada al joven, Jesús le dijo que hiciera una cosa que, si había sido correcta la evaluación que Jesús había hecho del corazón del joven, éste rehusaría hacer, y su denegación le obligaría a considerar los hechos y sacar por él mismo la conclusión correcta. El registro dice, “Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Mat. 19:22).

 

          2) Jesús sabía cómo manejar cuestiones perjudiciales. Para el resto del estudio de los métodos de Jesús usaremos la historia de la mujer que vino al pozo de Jacob (Juan 4:1-26) como nuestro ejemplo. En esa ocasión Jesús y sus discípulos habían decidido pasar por Samaria para ir a Galilea. Al medio día llegaron al pozo de Jacob cerca de una ciudad llamada Sicar. Jesús, estando cansado a causa del viaje, se sentó junto al pozo y envió a los discípulos al pueblo para comprar comida.

          Poco tiempo después una mujer sale de la ciudad, con un propósito terrenal y cotidiano, pues viene con su cántaro para sacar agua. Posiblemente ella venga pensando en toda la agitación y molestia de tener que caminar toda esta distancia para sacar agua, una tarea interminable (v. 15). Es importante darnos cuenta de que en este momento, tomando en cuenta la tarea que iba a realizar y su condición general, su mente no estaba en cosas espirituales, y además ella era samaritana, y, “Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Juan 4:9). Estas circunstancias no parecían ser propicias para favorecer una entrevista en esta ocasión.

          Probablemente, la mujer habiéndolo pensado evitaba a Jesús, suponiendo que El no le diría nada, y ella ciertamente no le diría nada a El. Imagine su sorpresa cuando este hombre extraño (y peor aun, judío) habla y pide un poco de agua. Juzgando por su respuesta es obvio que sus pensamientos habían ido por el campo de la enemistad y prejuicio. Ella preguntó, “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” (v. 9). Es imposible creer que ella meramente tuviera curiosidad. El prejuicio no mueve a la persona a tener mera curiosidad, sino que causa que tal persona en su propio prejuicio, se lance contra su interlocutor que, para tal persona, también tiene prejuicio. Esta pregunta era, pues, perjudicial. ¿Cuál podía ser la mejor contestación? Jesús pudo haber dicho, “Bueno, yo sé que la gente que viene de la parte del país de donde yo vengo generalmente tienen prejuicio, pero yo fui criado por padres iluminados, así que, yo no tengo ninguna clase de prejuicio”.

          Observe que Jesús no respondió su pregunta. Algunas preguntas no deben ser contestadas; tratadas, sí, pero no contestadas. Lo que se debe recordar es que una pregunta perjudicial se hace con la esperanza de que se le conteste como desea el que la hace. Esto entonces libera al interrogador de escuchar más, porque tal respuesta prueba que el que responde así no es más que un insensato. Cualquiera que desee tratar efectivamente con preguntas perjudiciales deben darse cuenta de este punto importante.

          ¿Cómo se escapó Jesús de darle contestación? Dándose cuenta de que no sería provechoso contestar su pregunta, repentinamente desvió su mente a otro punto, un punto lleno de oportunidades. “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (v. 10). Esta declaración es muy impresionante. Tenía que serlo, de no ser así no hubiera tenido éxito en desviar su atención de su pregunta. La razón por la cual fue impresionante fue porque era enigmática; ¿qué es “agua viva” y dónde se consigue? Ciertamente no en este pozo. Edersheim dice que probablemente el pozo tenía unos 150 pies de profundidad. Jesús no tenía nada con que sacar agua. ¡En verdad era enigmática!

          Ella preguntó, “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?” (v. 11). Ya está en su mente la sospecha medio formada que El no se refiere al agua del pozo porque ella dice, “¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” (v. 12). Esta fue otra pregunta un poco perjudicial. Jesús la trató de otra manera. La primera vez El desvió la atención de la mujer de su pregunta sin objetivo, para poder hacer una declaración impresionante. Esta vez Jesús le ayudó a contestar su propia pregunta y llegar a su propia conclusión. El le dio los hechos acerca de Jacob y el agua disponible en su pozo y, por el otro lado, los hechos acerca de sí mismo y el agua que El podría darle. “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (vs. 13-14). Obviamente la mujer podía sacar su propia conclusión: si esto es cierto, tú eres infinitamente mayor que Jacob.

 

          3) Jesús creó un anhelo por lo que ofrecía. La mujer que vino al pozo estaba intrigada con esta agua. No entendía lo que era el agua, pero la quería. El Salvador había creado en esta mujer samaritana el deseo por lo que El tenía. En cualquier proceso de conversión, este anhelo tiene que ser creado. De otro modo se puede enseñar a un hombre todo desde el Génesis hasta el Apocalipsis y él simplemente seguirá sentado, con ojos vacíos e inertes. La enseñanza tiene que hacer deseable la meta.

 

          4) Jesús entendía que la gente tiene que ser aceptada en el nivel donde está y guiada a un plano más alto. Los pensamientos de la mujer estaban en un nivel físico, sobre el agua física y la sed física. Jesús la llevó paso a paso del plano carnal y de una cosa trivial a un plano espiritual y de una cosa sublime. El le dijo, “Vé, llama a tu marido, y ven acá”. Ella respondió, “No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (vs. 17, 18). El conocimiento sobrenatural de Jesús le aturdió y le movió hacia una conclusión correcta: “Señor, me parece que tú eres profeta”. Edersheim dice que el único profeta que los samaritanos aceptaron después de Moisés era el Mesías. Por eso, su conclusión la preparó para su aceptación de Jesús como el Mesías.

 

          5) Jesús no sacrificaría una verdad para hacer un punto. La mujer samaritana le preguntó a Jesús cuál era el lugar correcto en el cual adorar a Dios, en el monte Gerizim o en Jerusalén (v. 20). Jesús respondió diciendo que pronto el lugar dónde uno adoraba a Dios no importaría, sino cómo adorarle. Puesto que Dios es Espíritu El quiere que los hombres le adoren con sus espíritus, y puesto que El es el que es adorado El quiere que los hombres le adoren de la manera que El ordenó, es decir, de acuerdo a la verdad (vs. 21-24). Jesús no sacrificó la verdad para hacer un punto. El no podía pasar ligeramente el asunto de la desaprobación de los samaritanos, así que El dijo, “Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos” (v. 22). Jesús nunca comprometió la verdad.

 

          Por último vemos la fructificación del proceso de conversión. “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas” (v. 25). Ahora el tiempo había venido. La mujer se había vuelto receptiva. Jesús respondió su pregunta implícita, diciendo, “Yo soy, el que habla contigo” (v. 26). Vemos cómo Jesús trajo una mujer inmoral desde la escoria de la vida y los afanes del mundo hasta tener fe en El. “Entonces la mujer dejó su cántaro” (v. 28). Ese cántaro cerca del pozo era testimonio mudo, pero elocuente, de lo efectivo de la enseñanza de Jesús, el Maestro de maestros.


¿Cómo puedo yo ser un maestro como Jesús?


          Si nosotros pudiéramos ser maestros tan efectivos como Jesús, ¿cuánto bien podríamos lograr? Yo sé que no puedo ser divino y completamente alcanzar el patrón que El estableció, pero yo puedo hacer la pregunta muy práctica: ¿Cómo empiezo a adquirir la habilidad para llegar a ser un perito en el arte de enseñar. ¿Cómo puedo aprender a ser semejante a Jesús, tanto como me sea posible?

          Si usted es la clase de persona que busca los grandes secretos que abren la puerta a la fama y fortuna, que está buscando la urna de oro al final del arco iris, entonces este libro le habrá dejado decepcionado. Esa urna no es una urna, sino una taza. Ese oro no es oro, sino unos pocos dólares. El arco iris no es un arco iris, sino el trabajo honesto de un día. No hay secretos revolucionarios. La única manera de realizar metas difíciles es por medio de trabajo diligente y por tener la ayuda de Dios.

          Para llegar a desarrollar las características de Jesús en nuestras vidas, no hay mejor manera que el leer y estudiar acerca de El en los relatos del evangelio hasta que El llegue a ser un personaje real en nuestras mentes, hasta que tengamos una imagen clara de El. Entonces yo debo examinarme a mí mismo: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Cor. 13:5). Debemos estar continuamente transformados por la renovación de nuestras mentes (Rom. 12:2).

          A la vista de lo que hemos dicho acerca de la enseñanza de Jesús, observemos algunas maneras en las que podríamos crecer para ser más semejantes a El.

 

          1) Amar a los seres humanos. Una de las actitudes que Jesús tenía que podríamos recomendar para que la imitemos, es su amor por los seres humanos (Marcos 10:21). Lea la siguiente descripción del amor de Jesús. “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9:36).

 

          2) Estemos seguros que nuestra voluntad es lo que Dios quiere. Esta actitud es una de las más básicas al tratar de obedecer al Padre o en enseñar su voluntad a otros. Jesús dijo, “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). Otra vez, “Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).

 

          3) Aprender las Escrituras. Jesús tenía un conocimiento incomparable de las Escrituras. No podemos igualarlo, pero podemos acercarnos a esa meta más de lo que admitamos. No hay absolutamente ninguna manera de conocer las Escrituras sin estudiarlas. La diferencia entre el estudio correcto y el incorrecto es tal que los resultados del estudio efectivo puede ser asombroso a los que solamente han estado chapuceando en las Escrituras. Estudie regularmente. Estudie para aprender, y entonces medite para entender y aplicar. Estudie con propósito. Escoja un libro o un tema y estúdielo con tesón. Simplemente tenemos que aprender todo lo que sea posible de la palabra de Dios.

          Personalmente, yo lleno cuaderno tras cuaderno con los resultados de mi estudio. Creo que puedo recomendar tal práctica como buen hábito de estudio, con tal que no deje de revisar despiadadamente sus apuntes la próxima vez. Equilibre lo ancho con lo profundo.

          Añadamos este apunte para predicadores jóvenes que deseen establecer buenos hábitos de estudio. Usted será tentado a tratar de estudiar todo y aprenderlo de una vez. Eso no funciona. En lugar de eso, pase tiempo estudiando cuidadosa y esmeradamente cada sermón y lección bíblica. Prepárese diligentemente para estudios en los hogares. Si desea estudiar un tema, haga planes para predicarlo o enseñarlo. De esta manera el conocimiento adquirido estará fijo más firmemente en su mente.

 

          4) Conozca a la gente. Tal vez parezca sencillo saber cómo transformar el carácter y cómo estudiar la Biblia para poder ganar conocimiento, pero ¿cómo puede uno llegar a conocer la gente? Hay dos cosas involucradas en esto. Primero, estudie a la gente misma. Segundo, use la experiencia imaginada.

          En el estudio de la gente, empiece con usted mismo. Usted sabe cómo quiere ser tratado. Toda la gente está notablemente cortada por patrones similares. Si usted llega a conocerse a sí mismo minuciosamente, es probable que llegue a comprender cómo hace tictac la gente. De todos los dichos que se repiten, el más común que oigo acerca de algún posible candidato para la conversión es, “Tendrá que ir suave con él porque no le gusta ser empujado para que haga algo”. Esto ilustra mi punto. Todo el mundo detesta ser empujado en algo. Algunos son más vocales acerca de su disgusto, pero todos son iguales. Estudie sus propias acciones y reacciones, sus propios propósitos y sentimientos. Usted sabe que en ocasiones usted da alguna razón, excusa o explicación, cuando en realidad tiene otra más profunda que está escondida. Otra gente hace lo mismo.

          Estudie a la gente con compasión. Analice sus experiencias con la gente y aproveche y mejore. No podemos tener percepción divina de la gente como la tenía Jesús (Juan 2:25), pero sí podemos tener mucho éxito al substituirla por experiencia y observación.

          Ahora ¿qué es esta cosa llamada “experiencia imaginada”? Es un término que aplico a la preparación para tratar con la gente. No es posible estar listo para todos los encuentros potenciales sobre la base de la experiencia pasada porque la experiencia pasada es muy limitada comparada con la experiencia potencial. La experiencia imaginada es una manera de ampliar artificialmente la experiencia pasada.

          Esta técnica no está rodeada de misterio. Muchos ya la usan, pero todos la pueden usar efectivamente. Aquí está la explicación de cómo funciona la experiencia imaginada. Usela para preparar encuentros casuales pretendiendo, por ejemplo, que se le preguntara, “¿Por qué la iglesia de Cristo no usa instrumentos de música?” Ahora, ¿cómo respondería usted? Tal vez diría, “Bueno, creemos en practicar aquello por lo cual tenemos autoridad, y no hay autoridad para el uso de instrumentos para acompañar el cantar himnos espirituales”. ¿Qué diría la persona con quien hablaba para contestarle? En realidad no hay manera de saber. Haga, sin embargo, la pregunta, qué podría decir el interlocutor, y el campo de posibilidad se reconoce como siendo obviamente pequeño. Uno fácilmente podría prever lo que probablemente se diría. La persona podría decir, “Bueno, yo no veo nada de malo en eso”, o “Usted los tiene en su hogar”, o “¿No usó David instrumentos?” Casi todas las respuestas que en cualquier momento uno escucharía podrían ser comprendidas en cinco o seis posibilidades. Entonces juegue con cada posible respuesta y extienda cada una varios pasos -- pregunta, contestación, respuesta, contestación, respuesta, etc.

          De esta manera, si usted por casualidad se encontrara con alguien que le preguntara acerca de la música instrumental, usted estaría capacitado para tratar con la persona como si usted ya hubiera tenido experiencia en el proceso. Siempre habrá sorpresas, pero usted se encontrará a sí mismo mucho más efectivo en tales situaciones. Por supuesto, si uno sabe de antemano de algún encuentro que tendrá, la técnica es aun más efectiva porque más tiempo y cuidado pueden ser dedicados a esa situación en particular.


Tarea:

Analice otro sermón o conversación de Jesús como analizados estos.

 

1. Prepare el plan para una lección de una clase de adultos.

2. ¿Cómo se compara con los otros que usted ha preparado para los preescolares y niños del nivel elemental? ¿Encuentra semejanzas y diferencias? ¿Por qué difieren de esa manera? Sea específica.

 

 

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