Distinguir entre "la fe" y las opiniones en las enseñanzas genéricas.

 

I. Introducción.

 

    A. Hay muchas enseñanzas que son de naturaleza genérica, y la obediencia a ellas requiere el uso del juicio humano. Cada cris­tiano tiene que estudiarlas, empleando su inteligencia y juicio para obedecerlas ("que aprobéis lo mejor", Fil. 1:10). Otros pueden ayudarnos, exhortarnos y aun amonestarnos, pero no pueden obedecer por nosotros. Dios quiere que cada persona obedezca "de corazón", y esto requiere el empleo de la ciencia y juicio de cada uno. Cada cristiano tiene que aplicar la en­señanza del Señor a su propia vida.

   

    B. El Señor da margen al juicio humano. Esto significa que cada cristiano tiene que emplear su propio juicio al obedecer las enseñanzas genéricas. El Nuevo Testamento es la ley para cada país, de cada siglo, hasta el fin del mundo. El hombre fue creado a la imagen de Dios, por lo cual tiene la inteligencia necesaria para entender la voluntad de Dios y se requiere que todos -- cada hombre, cada mujer, cada joven -- entienda y obedezca su santa voluntad. Cada persona tiene que estudiar por sí misma para entender y obedecer la Palabra.

   

II. Ejemplos de la enseñanza genérica.

 

    A. El cristiano debe estudiar. Cada cristiano debe apartar tiempo para estudiar. Puede estudiar solo, con su familia, o con otros. Puede estudiar cierto libro bíblico. Puede estudiar en el día o momento que escoja. Es un deber individual, y cada cris­tiano tiene que emplear su propio juicio en cuanto a qué estu­diar, cuándo estudiar, dónde estudiar, con quién, etc. Si una iglesia tiene ancianos (pastores, obispos), aun ellos no deben encargarse de dictar estos detalles para cada miembro. Tal práctica sería lo que Pedro prohíbe (1 Ped. 5:3): "no como te­niendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado". Tam­poco puede hacerlo la junta de varones (en una congregación que carece de ancianos).

 

    B. Cada miembro debe visitar a los enfermos y otros necesita­dos, Mat. 25:36. Debe "visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones" (Sant. 1:27), etc., pero ¿cuándo debe hacer estas visitas? ¿qué tan frecuente? ¿con qué tanta ayuda? La obediencia a tales mandamientos es deber personal. Le toca a cada cristiano decidir. Los ancianos o la junta de varones de una congregación no tienen el derecho de establecer un pro­grama obligatorio de visitas para los miembros. Los cristianos hacen tales buenas obras sin sonar trompetas. Por lo tanto, no debemos juzgarnos unos a otros con acusaciones necias. Lo im­portante es que cada quien se juzgue a sí mismo. "Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados", 1 Cor. 11:31.

 

    C. Cada miembro debe ofrendar. El Señor no ha legislado con respecto a la cantidad que cada miembro debe ofrendar y no conviene que los hombres lo hagan. Enseñemos la voluntad del Señor como se revela en Hech. 11:29 ("cada uno conforme a lo que tenía"); 1 Cor. 16:2 ("según haya prosperado"); 2 Cor. 9:7 ("como propuso en su corazón"), etc., y dejar el asunto al juicio de cada cristiano. Están completamente fuera de orden aque­llos que imponen el diezmo (10%) u otra cuota. La cantidad de la ofrenda (sea la del primer día de la semana, o la ayuda para el prójimo como en el caso del buen samaritano) bien ilustra la enseñanza genérica que se deja al juicio (y conciencia) de cada individuo. Se prohíbe que algún hermano imponga sus ideas sobre otros. Que nadie juzgue al criado ajeno.

   

    D. La lista de obligaciones individuales es larga. Lo que se dice aquí acerca de estudiar, visitar, y ofrendar, también se puede decir de muchos otros deberes: tales como el orar, el cantar, el criar hijos (y todos los deberes y relaciones domésti­cos); el administrar las finanzas personales, la abnegación de sí, la asociación con los del mundo, etc. Está bien recibir y aun pedir consejos de otros, pero cada individuo tiene que decidir el curso de su vida. El hermano que está dedicado de corazón a la tarea de aprender y practicar la voluntad de Dios para él, tiene muy poco tiempo para juzgar al hermano o murmurar de él. Debemos exhortarnos unos a otros con la Palabra, y recor­darnos unos a otros de las instrucciones divinas, y luego dejar que cada individuo lleve la enseñanza "al terreno de la práctica" como solemos decir en las oraciones. El Señor dice, "no de­jando de congregarnos" (Heb. 10:25). Leemos de varias reu­niones de hermanos en el primer siglo, y observamos en varios lugares en la actualidad las reuniones frecuentes de hermanos -- algunos se reúnen cuatro o cinco veces cada semana, y algunos hasta todas las noches --, pero no caigamos en el error de hacer leyes humanas, juzgando al hermano que no puede asistir a toda reunión o a toda clase bíblica establecida por la congre­gación. Si distinguimos siempre entre lo que Dios nos dice y lo que los hermanos hayan establecido o sugerido, evitaremos muchos problemas en la iglesia.

 

    E. Las cualidades de carácter cristiano. Comenzando en el sermón del monte (Mat. 5, 6, 7), Jesús nos enseña la importan­cia de ciertas cualidades de carácter, cualidades que se obser­van en El. Por ejemplo, las bienaventuranzas de Mat. 5:1-12 ("pobres en espíritu ... los que lloran ... los mansos ... los que tienen hambre y sed de justicia ... los misericordiosos ... los de limpio corazón ... los pacificadores ... los que padecen persecu­ción por causa de la justicia ..."). En los 27 libros del Nuevo Tes­tamento hay muchas enseñanzas acerca de la humildad, la  pureza, la sinceridad, la santidad, la sujeción, el valor, la fe, el amor, la gratitud, la paciencia, la modestia, y docenas de otras cualidades y virtudes semejantes. Dice el apóstol Pablo en Gal. 5:22, "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza ..." Cada cris­tiano debe crecer diariamente en estas cualidades. Como dice Pedro (2 Ped. 1:5-7), "poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud ... conocimiento ... dominio propio ... paciencia ... piedad ... afecto fraternal ... amor". Las palabras fi­nales de esta carta son, "creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor ..." (2 Ped. 3:18). Es muy importante que cada cristiano examine su vida para ver si está creciendo en estas vir­tudes, pero al mismo tiempo debe reconocer que estas cuali­dades son relativas y debe usar mucha paciencia al juzgar al hermano con respecto a ellas.

 

    F. Dios sabe perfectamente cómo andamos en nuestro des­arrollo espiritual, pero no es tan fácil que nosotros juzguemos la condición espiritual del hermano (Mat. 7:1-3). El es "criado ajeno" (Rom. 14:4). Debemos exhortarnos unos a otros cada día,  no con las opiniones sino con exhortaciones bíblicas. No debemos ser estrictos en la aplicación de las opiniones hu­manas, sino en la aplicación de lo que Dios dice. Si el Espíritu Santo no ha especificado todos los detalles de cómo cada cris­tiano debe crecer en estas cualidades, entonces no conviene que el hombre lo haga. ¿Qué hermano, por capacitado que sea, podrá hacer una lista completa de todo lo que está involucrado en la palabra "gratitud"? ¿Quién puede analizar el carácter de cada cristiano y juzgar si posee en grado aceptable las cuali­dades de humildad, sinceridad, sujeción (por ejemplo, a sus padres, a su marido, a los ancianos, al gobierno), o modestia? Si el predicador u otro hermano tiene la autoridad para ser el juez de sus hermanos en todas estas cualidades, ¿dónde está la liber­tad del cristiano? ¿para qué sirve su propio juicio o su propia conciencia? Si cualquier predicador puede ser Señor en esta área, ¿para qué sirve Cristo?

 

III. Hay enseñanzas para cada persona.

 

    A. Obsérvese que la Palabra se dirige directamente a "todos los hermanos" (Gál. 1:2); a los hijos (Efes. 6:1-3); a los padres (Efes. 6:4); a los siervos (Efes. 6:5); a los amos (Efes. 6:9); a los maridos (Efes. 5:25); a las casadas (Col. 3:18); a los ancianos (1 Ped. 5:1); a los jóvenes (1 Ped. 5:5), etcétera. En estos textos el escritor se dirige directamente a estos mencionados. En muchos otros textos se hace referencia a distintas clases de personas, y aunque los ancianos, evangelistas y maestros están ocupados en enseñar la Palabra, toda persona debe estudiar por sí misma los deberes que le corresponden. Los escritores inspirados de la Biblia son los únicos maestros inspirados. Los que predican no son inspirados; no pueden dar una interpretación infalible de la Escritura. Tampoco pueden hacer aplicación infalible de la Palabra para cada persona. Dios no dice que todos los miem­bros deben someterse a las aplicaciones de cada enseñanza hechas por los predicadores.

 

    B. Los jóvenes pueden entender las enseñanzas que son para ellos. Aun los niños pueden entender las enseñanzas que son para ellos (Prov. 1:8; Efes. 6:1-3).

 

    C. Las hermanas pueden entender los textos que correspon­den a ellas (tales como Tito 2:3-5; 1 Cor. 14:33-35; 1 Tim. 2:9-15; 1 Ped. 3:1-4, etc.). Ellas mismas pueden entender estas en­señanzas para aplicarlas en su vida. Desde luego, los evangelis­tas y pastores deben explicar los textos mismos, dando el sig­nificado verdadero de cada palabra y cada frase. Pero luego, habiéndolos explicado bien, se debe enseñar también que cada persona debe hacer la aplicación apropiada de ella en su vida. Los miembros de la iglesia no deben depender de que los maes­tros les expliquen toda aplicación de las enseñanzas, sino que deben ejercer su propio juicio y su propia voluntad.

 

    D. Decimos esto porque, en primer lugar, es correcto, es la voluntad de Dios. También lo decimos para evitar desavenencias, división y dolor. Hay hermanos y hermanas confusos porque en lugar de depender de su propio juicio, dependen de otros (y mayormente de los predicadores) para saber toda aplicación de las varias enseñanzas genéricas que deberían aplicar en sus vi­das. La confusión resulta de la falta de acuerdo entre hermanos en cuanto a la aplicación de varios textos. Las opiniones abun­dan, y chocan entre sí. Sería mejor que todos los miembros de la iglesia escucharan a Dios, estudiando sus Biblias y pensando por sí mismos. Todos deben escuchar a los predicadores y maes­tros para aprender el significado del texto mismo, y luego deben usar su propio juicio para hacer aplicación de la en­señanza. Al estudiar la Biblia todo hermano debe tener su propia convicción y seguirla.

 

    E. Es importante pues poner mucho énfasis en la necesidad del juicio individual al aplicar la Palabra a los deberes indivi­duales. El bautismo es un acto específico: la persona es sepul­tada en el agua, y es levantada del agua (Rom. 6:4; Col. 2:12). Pero no todo deber es tan claramente definido. Hay deberes domésticos y sociales, y hay deberes que tienen que ver con el desarrollo del carácter cristiano, deberes de muchas clases que son relativos o generales y no tan específicos. El cristiano sostiene una relación con el gobierno, con los vecinos, con los familiares, con los enemigos, en fin, con todos. Las Escrituras ordenan los pasos del cristiano pero no con una lista de mil re­quisitos o prohibiciones precisos. La Biblia nos enseña cómo ac­tuar, cómo vivir, en cada relación de la vida, pero no siempre nos proporciona todos los detalles del servicio que Dios espera. Cada cristiano tiene que ordenar sus propios pasos, empleando la Palabra como guía segura (mapa infalible).

 

    F. Cada cristiano sostiene una relación personal con Dios. Habiendo estudiado la Palabra y pedido sabiduría a Dios (Sant. 1:5), cada persona debe ejercer su propio juicio al aplicar la en­señanza en su vida. Debe tener sus propias convicciones y seguir su propio juicio. No debemos ensenar, exhortar, amones­tar y reprender los unos a los otros con las muchas y diversas opiniones que existen entre nosotros, sino con la Palabra misma. ¿No vale el juicio del predicador? Debe tener valor, pero no debe substituir el juicio de los miembros.

 

IV. El mandato solemne entregado a todo evangelista se halla en 2 Tim. 4: 1-5.

   

    A. Requiere que predique la Palabra, la misma palabra de Dios. El evangelista no tiene que comer y digerir la Palabra por cada hermano o cada hermana, sino que debe predicar la Pa­labra e insistir en que cada hermano y cada hermana haga apli­cación juiciosa de ella en su propia vida.

 

    B. Los predicadores y maestros no deben suprimir el estudio individual, ni el uso del juicio individual de los miembros. ¿Cuántos predicadores dicen a las hermanas que ellas mismas son capacitadas para entender y hacer aplicación apropiada de los textos que hablan, por ejemplo, del atavío de la mujer? Se debe promover la madurez, y el primer paso para hacerlo es animar a todo miembro a emplear su propia facultad mental y su propio juicio para estudiar y aplicar la Palabra. Es muy importante que todo cristiano reconozca que no hay in­termediario entre él y Dios excepto el un Mediador (1 Tim. 2:5); es decir, Dios no ha constituido a ciertos hombres para que sean intérpretes especiales de la Palabra para entregar de­cisiones oficiales para los demás miembros. Los que predican y enseñan la Palabra deben leer frecuentemente tales textos como Rom. 12:3, 16.

 

    C. El trabajo del evangelista es predicar la Palabra. Nos urge hacer distinción clara entre la Palabra de Dios y la palabra nuestra. En el juicio final nadie responderá por nadie, sino que cada quien dará cuenta de sí (Rom. 14:12). El mensaje de Dios es para la gente creada por Dios. El mensaje corresponde a la mentalidad humana. El banquete espiritual se tiende sobre una mesa que está al alcance de todos, y el Señor dice a todos, "Venid". Uno de los actos mas vanagloriosos del hombre es que algún maestro se ponga entre Dios y la gente, diciéndoles que no tienen la capacidad para entender la palabra de Dios sin las explicaciones de él. Lo mismo se puede afirmar acerca de la aplicación de los muchos mandamientos generales. Por fieles y estudiados que seamos no somos los "pensadores oficiales" de la iglesia. Debemos hacer distinción clarísima entre lo que el texto dice y las conclusiones nuestras. Ademas, debemos exhor­tar y rogar a todo cristiano a que estudie y piense por sí mismo para hacer la aplicación apropiada de Palabra en su propia vida.

   

 


 

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