Defender la práctica en lugar de insinuar y acusar

      Todo cristiano está obligado a contender por la fe (Judas 3). Debemos combatir por la fe del evangelio (Fil. 1:27). Es necesario estar puestos para la defensa del evangelio (Fil. 1:17). Así pues, toda cosa que es de la fe de­bería defenderse.

      Negamos que las siguientes obras son de "la fe":

      1. Establecer a los ancianos de una iglesia sobre un proyecto o programa de obra de la hermandad (todas las iglesias), como, por ejemplo, sobre un orfanato.

      2. Hacer la iglesia su obra (de evangelizar, ayudar a pobres, o edificarse a sí misma) por medio de organizaciones, sociedades, o institu­ciones humanas.

      3. Combinar las iglesias sus fondos y cen­tralizar el control de ellos en una sola iglesia bajo los ancianos de ésta, como medio de co­operar para hacer su obra.

      Lo que los individuos pueden hacer no presenta problema, pero lo que la iglesia local puede hacer es de suma importancia. Debemos respetar el patrón bíblico con respecto a la or­ganización y obra de la iglesia.

      Si los hermanos que publican periódicos o boletines en español creen que las tres cosas arriba mencionadas son asuntos de la fe una vez dada a los santos (Judas 3), entonces deben es­cribir artículos bien claros que defienden tales practicas. Nos cansa leer tantos escritos que son puras insinuaciones, acusaciones y otras in­directas. Los hermanos liberales se jactan de no tener miedo de hacer investigación cuando discuten con romanistas, "testigos" y mor­mones, pero deben tener la misma actitud con respecto a estas cuestiones. Que las tres cosas arriba mencionadas se practican no se puede negar. Que estas cuestiones afectan la obra hispana, tampoco se puede negar.

      Cuando exponemos la doctrina y práctica de los bautistas o sabatistas, les decimos: "A la ley y al testimonio". Ahora, ¿qué pasa? En lugar de ir a la ley y al testimonio, algunos hermanos re­húsan portarse varonilmente (1 Cor. 16:13); antes, como niños que "pegan y corren", no aceptan la responsabilidad de enfrentarse a es­tas cosas para defenderlas o dejarlas. Si alguno cree que los ancianos pueden establecerse so­bre la obra de mil iglesias, que lo afirme abier­tamente y que lo defienda. Si algún hermano cree que las iglesias pueden edificar escuelas, orfanatos, hospitales, etc., debe hacer clara y abiertamente sus argumentos para que otros los examinen a la luz de las Escrituras.

      Pero lo que pasa en realidad es que estas cuestiones no se tratan, sino los que aceptan las innovaciones acusan a los que nos oponemos a ellas de murmurar, chismear, sembrar cizaña, y causar división. Dicen esto porque saben que sus "argumentos" son débiles.

      Algunos, queriendo ser neutrales, dicen que son cuestiones necias, acerca de cosas que no importan, y que no deben discutirse. ¿Acaso el obispado no importa? ¿La naturaleza y obra de la iglesia no son cuestiones importantes? ¿Son "cuestiones necias"? Tal fue la actitud de los que cambiaron el gobierno de la iglesia en los primeros siglos, y como resultado se levantó la jerarquía romana. ¿Acaso podrá una iglesia "patrocinadora" encargarse de alguna empresa que reclama ser la obra de todas las demás iglesias? Si la respuesta es afirmativa, entonces, ¿por qué criticar a las denominaciones que tienen iglesia central en Roma o en Salt Lake City, etc.? Hermano, si usted predica en es­pañol, en inglés o en hebreo, no puede usted predicar el reino sin explicar la naturaleza de la iglesia, su organización, y su función. Estos temas son básicos.

      No conviene que hablemos en "números redondos", sino aclaremos bien el asunto y, como hombres maduros y serios, investiguemos estas cuestiones.

      La iglesia del Señor está sufriendo cambios y perversiones; otra vez la están despojando hombres ambiciosos. El monstruo del institu­cionalismo hace pensar a muchos hermanos que la iglesia local (la única unidad de acción) es tan incapaz e inútil que no puede hacer nada, sino que todo tiene que hacerse por medio de "cooperar" todas las iglesias a través de alguna iglesia patrocinadora o por medio de instituciones humanas.

      No he leído ningún artículo, con argumen­tos bíblicos, ni uno, de los varios periódicos y boletines que me llegan, defendiendo estas prácticas, pero al mismo tiempo muchos están colaborando en contra de nosotros en esta lucha por defender la sana doctrina y por con­servar la limpieza de la iglesia. Infantiles en sus pensamientos, algunos creen que estamos pe­leando contra ciertos hermanos, y que es pleito de puros personalismos, o lucha por supremacía y puestos. ¡Qué ideas tan locas han surgido! ¿Qué pasó, hermano? ¿Así se portará cuando ataque el error de los "testigos"? Si las innovaciones introducidas por algunos her­manos son de "la fe", deben ser defendidas como se defiende el bautismo o la cena del Señor. Decimos que no son de la fe, sino que son innovaciones, perversiones, y así las denun­ciamos. ¿Y cuáles son las gracias que nos dan? Se dice que somos divisionistas. Estas son las gracias que se nos dan. Y no nos quejamos; solamente imploramos que los hermanos se porten varonilmente, ya que son hombres maduros y no deben pensar o razonar como niños.

      No conviene ofenderse como si fueran cosas personales. Esta controversia no es lucha contra la persona de nadie. Si alguien se siente herido personalmente cuando luchamos contra las innovaciones, es que tal persona está de­masiado asociada o identificada con dichas in­novaciones.

      Las ediciones subsecuentes de las publica­ciones que recibimos darán a conocer su de­cisión al comportarse como soldados de la cruz que defienden la fe con la Biblia, o como niños que son llevados por acá y por allá por sus pro­pios caprichos y prejuicios. Pelee la buena batalla, mi hermano. Salga a la batalla en de­fensa de la verdad. No se esconda nadie detrás del velo de insinuaciones. Si tiene algo que decir, dígalo.

      1 Cor. 1:10 "Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis per­fectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer".

      Juan. 17:21 "... para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que tam­bién ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste".

      ¿Somos cristianos si no hacemos todo lo posible por promover la unidad?

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