Cuídate de no olvidarte de Jehová

      "Cuando Jehová tu Dios te haya intro­ducido en la tierra que juró a tus padres Abra­ham, Isaac y Jacob que te daría, en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, cister­nas cavadas que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste, y luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre" (Deuteronomio 6:10-12).

      En estos versículos oímos la advertencia de Moisés entregada al pueblo de Israel de no olvidarse de Dios. Les habla de las grandes bendiciones que recibirían en la tierra prometida y les recuerda que no son fruto de sus propios esfuerzos, sino dadas por la mano de Dios.

      Los que han estudiado la Biblia saben que los israelitas se olvidaron de su Dios repetidas veces, que su historia es una de pecado y es­clavitud. Esto no fue necesario porque Dios les había dado un plan por el cual nunca deberían olvidarle. Si hubieran seguido este plan, Dios les habría dado paz en su nuevo hogar en Canaán "al otro lado del Jordán". Este plan fue muy sencillo: "que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus man­damientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida para que tus días sean prolongados."

"Las repetirás a tus hijos"

      Dios dijo (v. 7), hablando de Sus estatutos y mandamientos: "y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te le­vantes". Se requiere solamente una generación negligente para que el Nombre de Jehová se olvide completamente; por lo tanto, las en­señanzas deben ser repetidas constantemente a los hijos. ¿Puede usted entender por qué un padre de familia no explica a su hijo que el hombre fue hecho a la imagen de Dios? Esta grande verdad fue conocida por Adán y segu­ramente por sus hijos y por varias generaciones subsecuentes; sin embargo, la Biblia dice en Romanos 1:22, 23 (hablando de las naciones del mundo), "Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios inco­rruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de rep­tiles." Una generación puede creer que el conocimiento que ahora tenemos basta para el futuro, pero la Biblia dice muchas veces que debemos enseñar la Palabra de Dios a nuestros hijos.

      Efesios 6:1-4, "Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer man­damiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros Hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor". Nuestros hijos necesitan oír la verdad -- toda la verdad -- para aprenderla. Necesitan aprender la verdad a fondo para tener fuertes convicciones, para nunca olvidar la verdad y para poder enseñarla también a sus hijos. Los hijos no son mejores que la enseñanza que han recibido; en verdad, ellos son el "producto" de la enseñanza que han recibido, sea buena o mala.

      Debemos enseñar las grandes verdades del evangelio "a tiempo y fuera de tiempo" (2 Ti­moteo 4:2) a nuestros hijos, para grabarlas bien en su mente. Ellos deben saber que el evange­lio "es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Romanos 1:16); que hay "un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos" (Efesios 4:4-6); que el un cuerpo es la iglesia (Efesios 1:22, 23 "a la iglesia la cual es su cuerpo"); y que esta iglesia no es una denominación o secta, sino el cuerpo de Cristo comprado por su sangre (Hechos 20:28); que los hombres hoy en día se salvan en la misma forma como se salvaron en el primer siglo (oyendo el evangelio, creyéndolo, arrepin­tiéndose de pecados, confesando a Cristo como Hijo de Dios y siendo bautizados para la remisión de pecados Romanos 10:17; Hechos 2:38; 8:37). Estas cosas y todas las cosas en­señadas por nuestro Señor Jesucristo ("todo el consejo" de Dios, Hechos 20:27) deben ser aprendidas por nuestros hijos y pecamos contra ellos si dejamos de enseñárseles.

"Hablarás de ellas estando en tu casa"

      Alguien dirá tal vez: "Pero ahora parece que es más difícil conversar acerca de la Biblia en el hogar, porque hay mucho otros intereses que están en conflicto con ello. Es importante recordar que si no queremos buscar primera­mente al reino de Dios, entonces no podemos en ninguna forma agradarle (Mateo 6:33). Existe el peligro que en nuestro hogar nadie tenga el deseo de hablar de Dios, de la iglesia, y del evangelio. En los tiempos antiguos este problema también existía; la gente no hizo caso a este mandamiento y Dios fue olvidado. Ahora parece que en muchos hogares los jóvenes saben todos los detalles acerca de los deportes, programas de televisión y aun de asuntos políticos, pero tienen muy poco conocimiento bíblico. Esto es trágico y si así es en nuestro hogar, nos conviene de una vez corregirnos.

"Y andando por el camino"

      Día y noche debemos hablar de Dios y Su Palabra. Si alguien tiene vergüenza de hablar de la palabra sagrada con sus amigos, Cristo tendrá vergüenza de él en el día final (Mateo 10:32-33). El Señor espera que hablemos de su palabra con los vecinos, con los parientes, con los compañeros de trabajo y con todos. A los cristianos la Biblia dice en Hebreos 10:24, 25 "Y considerémonos unos a otros para estimu­larnos al amor y a las buenas obras; no dejando de reunirnos, como algunos tienen por costum­bre, sino exhortándonos;...".

"Y al acostarte y cuando te levantes"

      En fin, los israelitas habían de vivir por es­tas palabras divinas. La voluntad de Dios nos ha de gobernar día y noche, en el hogar, en el trabajo o dondequiera que estemos. Su volun­tad nos debe dirigir a nosotros y a nuestros hi­jos. Es preciso recordar que la fuerza para en­frentar los problemas y tareas de cada día viene de Dios. Estas amonestaciones vivirán siempre en las páginas de las Sagradas Escri­turas; "están escritas para amonestarnos a nosotros" (1 Corintios 10:11).

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