La naturaleza del reino

¿Restituirás el reino?

      En Hechos 1:6 leemos, "Entonces los que se habían juntado le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restituirás el reino a Israel en este tiempo?"

Librarse de los romanos

      Que los judíos habían esperado que Jesús ocupara el trono literal de David es indicado por muchos textos bíblicos. Su idea de un Mesías se basaba en su deseo de librarse de los romanos; así su "fe" no estaba basada en la pa­labra de Dios (Rom. 10:17), sino en su propio anhelo.

Hacerle rey

      Los judíos sabían que David tenía un ejército, que Dios peleaba por ellos, dirigién­doles a muchas victorias con el fin de que los is­raelitas se gozaran de una supremacía sobre las naciones. En Juan 6:14, 15, "Aquellos hombres entonces, como vieron la señal que Jesús había hecho decían: Este verdaderamente es el pro­feta que había de venir al mundo. Y enten­diendo Jesús que habían de venir para apode­rarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo". Los judíos querían forzar a Jesús a ser su rey porque querían ser libertados del yugo de los romanos. Estaban dispuestos a seguir a Cristo si El promoviera como "libertador" la causa política de ellos. Cristo sí era y es nuestro Gran Libertador, pero no en sentido político. El dice, "Conoceréis la verdad, y la verdad os libertará" (Juan 8:32). Jesús se interesa en darnos libertad del pecado, de la ignorancia, de la superstición, y de todas las cosas de este mundo que producen la miseria y desesperación. El vino para quitar la terrible condenación causada por el pecado y no para ser gobernador político.

Cristo sí tiene reino

       Se interesó Cristo y se interesa todavía en el reino de Dios sobre la humanidad. El vino para establecerlo y está reinando ahora desde su majestuoso trono a la diestra de Dios, porque "subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres" (Efes. 4:8). El "llegó hasta el Anciano de grande edad, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, na­ciones y lenguas le sirvieran ; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y se reino uno que no será destruido".

      Cristo ascendió al Padre (Hech. 1:9-11), llamado por Daniel "el Anciano de grande edad", y le fue dado un reino. Este reino es llamado su iglesia en Efesios 1:20-23. Hablando Pablo acerca del "poder de su fuerza", dice, "la cual operó en Cristo, re­sucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y so­bre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo".

Reinará hasta el fin

      Ascendió Cristo al Anciano de grande edad para recibir su reino y, sentándose sobre su trono para reinar a la diestra de Dios, Rey de reyes y Señor de señores, ha de reinar hasta el fin. Dice 1 Cor. 15:24, 25, "Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda au­toridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemi­gos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte". Cristo está reinando ahora y reinará hasta el fin, y al con­quistar el último enemigo (la muerte), entre­gará el reino al Padre "para que Dios sea todo en todos".

¿Reino de mil años?

      Todavía en la actualidad hay muchos que creen que Jesús establecerá un buen día un reino terrenal. A pesar de todos los textos claros e inequívocos al contrario, tanto las pa­labras de Jesús como las de los apóstoles, los "milenarios" siguen enseñando que Cristo es­tablecerá un reino terrenal cuando vuelva y que reinará por mil años desde su trono literal en Jerusalén.

      Los tales no pueden hallar ningún texto que afirme que Jesús plantará sus pies sobre la tierra otra vez. Al contrario leemos que El vendrá en las nubes y que los vivos seremos arrebatados para estar siempre con el Señor. 1 Tes. 4:16, 17, "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, sere­mos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor". No hay ningún texto bíblico que diga que Jesús ha de establecer un reino aquí en la tierra cuando vuelva la segunda vez. Tal teoría es producto de la imaginación y el deseo de los hombres carnales que, como los judíos antiguos, no es­tán contentos con las cosas espirituales de Cristo. En Juan 6:60, 61 vemos que cuando Jesús dio más énfasis al "pan de la vida" que al pan material, muchos de sus discípulos se es­candalizaron y lo desampararon.

Jesús ante Pilato

      En la presencia de Pilato los judíos levan­taron la acusación contra Cristo de que El se hizo a sí mismo rey como rival de César. Di­jeron a Pilato, "Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone ... No tenemos más rey que César" (Juan 19:12, 15). Pilato le había preguntado, "¿Luego eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la ver­dad". Pero ¿qué es, precisamente, el testimonio de Cristo acerca la naturaleza de su reino? "Mi reino no es de este mundo: Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Juan 18:36).

Una invitación

      Amigo nuestro, si usted desea ser ciu­dadano de este glorioso reino de Cristo, El le dice, "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3:5). ¿Ha nacido otra vez usted? ¿Ha nacido del agua y del Es­píritu? En el libro de Hechos de los Apóstoles hay varios ejemplos de este nacimiento espiri­tual: (1) los tres mil el día de Pentecostés, Hech. 2:37-41; (2) los samaritanos y el eunuco (Hech. 8); (3) Saulo de Tarso (Hech. 9); (4) Cornelio (Hech. 10); y (5) Lidia y el carcelero (Hech. 16). Dice Hech. 18:8, "muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados". Todos los obedientes son añadidos a la iglesia (Hech. 2:47). Son trasladados al reino (Col. 1:13).

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