¿Qué debo hacer para ser salvo?

      Esta pregunta es la más importante que el hombre puede hacer. Es hecha por la persona que se interesa en su salvación eterna. Se re­fiere a la salvación del alma y ésta es la po­sesión suprema del hombre; "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recom­pensa dará el hombre por su alma?" (Mateo 16:26).

      "Ser salvo" significa ser perdonado por Dios y hecho justo o justificado. La salvación es por la gracia de Dios y por la aceptación de esta gracia por el hombre: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe" (Efesios 2:8, 9). El hombre no puede efectuar su salvación sola­mente con buenas obras, porque todos han pecado y el pecado nos condena; es decir, las buenas obras solas no salvan, porque lo que el hombre necesita es el perdón de Dios, y sola­mente a través de Cristo y su evangelio se puede obtener el perdón.

      Es preciso que el hombre esté dispuesto a invocar el nombre del Señor para ser salvo y "todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (Romanos 10:13). Pero "invocar el nombre del Señor" no se refiere a la oración sola. Jesús dice en Mateo 7:21, "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". Por lo tanto, la pregunta, ¿Qué debo hacer para ser salvo? es pregunta muy apropiada y necesaria.

Los tres mil obedientes en Jerusalén

      En el capítulo 2 del libro de "Hechos de Los Apóstoles", se encuentra el primer sermón predicado que anunció el evangelio completo (es decir, el evangelio de la muerte, la sepul­tura y la resurrección de Jesús y todos los be­neficios de Su sacrificio por nosotros). En esta ocasión el apóstol Pedro explicó a los judíos que Jesús era el Cristo, el prometido Salvador; él presentó para su consideración las profecías del profeta Joel y del rey (y profeta) David. Al concluir su sermón Pedro dijo (v. 36), "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo".

      "Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?" (v. 37). Estos judíos, ahora convencidos de su pecado, quisieron ser perdonados de Dios, quisieron la salvación de sus almas. La gran necesidad del momento era el perdón y el favor de su Creador contra el cual pecaron. Desearon su gracia, su favor, su perdón por la gran ofensa cometida contra El.

      La contestación se encuentra en el versículo siguiente (v. 38): "Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo". Ya creyeron, ya sintieron gran dolor por su delito; pero, ¿qué hacer? Arrepentirse y bautizarse (sepultarse con él en el bautismo" Colosenses 2:12).

"El que creyere y fuere bautizado será salvo"

      Cuando Jesús murió, fue sepultado en el nuevo sepulcro de José de Arimatea, y levan­tado el tercer día como había dicho, apareció a sus apóstoles y poco antes de volver al cielo para recibir su reino eterno, El comisionó a sus apóstoles (sus embajadores) en esta forma: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo, mas el que no creyere, será conde­nado" (Marcos 16:15,16). Jesús no tuvo que ex­plicar el significado del bautismo, porque toda la gente que había sido bautizada había descendido al agua para ser sumergida o sepul­tada y no rociada).

      "El que no cree, ya ha sido condenado" (Juan 3:18) y, por lo tanto, Jesús no dice, "el que no creyere y no fuere bautizado será con­denado" porque si no cree ya está condenado sin serle necesario desobedecer más man­damientos. Es cierto que "los fariseos y los in­térpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautiza­dos por Juan", (Lucas 7:30), pero por no creer en Jesús ya estaban condenados.

      Para ser condenado, el hombre solamente tiene que rehusar de creer en Jesús, Juan 3:l8, pero para ser salvo dice Cristo, "el que creyere y fuere bautizado será salvo", Marcos 16:16.

El etíope

      Cuando Felipe predicó el evangelio a este hombre, él quedó no solamente interesado, sino también dispuesto a obedecer. "Le anun­ció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bauti­zado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó". (Hechos 8:35-38). ¡Cuán sencillo es el evangelio! (v. 28-33). El eunuco hizo la pregunta que le preocupó, la cual Felipe contestó y entonces le anunció el mensaje de salvación. El tesorero quiso obede­cer de una vez. "Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?"

Saulo de Tarso el perseguidor de Cristo

      Saulo de Tarso, el perseguidor de la iglesia, fue el enemigo mayor de Cristo por un tiempo, pero fue convertido. Escribiendo a Timoteo (1 Timoteo 1:13) él dice: "habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia..."

      Este Saulo de Tarso es el apóstol Pablo? ¿Cómo se convirtió un hombre tan opuesto al evangelio? El relato de su conversión se encuentra en Hechos 9, 22, 26 (tres capítulos en este libro). Cuando el Señor le apareció en el camino a Damasco y Saulo se dio cuenta de su grande error, le preguntó, "¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y vé a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas". Saulo estuvo en Damasco tres días sin ver, y no comió ni bebió (Hechos 9:9) y estuvo orando (v. 11). Un discípulo llamado Ananías le explicó la voluntad de Dios y le dijo, "Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate, y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre". (Hechos 22:16).

Donde la Biblia calla

      Dice el apóstol Pedro en 1 Pedro 4:11, "Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios". Dice el apóstol Pablo en Gálatas 1:8, 9, "Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si al­guno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema". Estos textos nos hacen ver lo serio de cambiar el evangelio de Cristo. El evangelio primitivo es el evangelio para el tiempo presente también, y ningún hombre tiene el derecho de cambiarlo. No puede añadirle, quitarle, ni modificarle en el más pequeño detalle sin sufrir el anatema de Dios. Cuando Dios habla, el hombre debe es­cuchar y obedecer. El hombre no tiene derecho para modernizar el mensaje de salvación. Donde la Biblia habla, debemos hablar nosotros y donde ésta calla, debemos callar nosotros.

No saber más de lo que está escrito

      Pablo dice (1 Corintios 4:6), "Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros". Si todos aprendemos y obedecemos solamente lo que está escrito, todos estaremos en Cristo. No habrá error y no habrá división ni desavenen­cia. Como Pablo dice en esta misma carta (capítulo 1, versículo 10), "Os ruego, pues, her­manos, por el nombre de nuestro Señor Jesu­cristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que es­téis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer". Esta rogativa será oída y practicada solamente si todos hablamos donde la Biblia habla y callamos donde ésta calla.

Si alguno añadiere...si alguno quitare

      Apocalipsis 22:18, 19 dice, "Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están es­critas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciu­dad y de las cosas que están escritas en este li­bro". Estas son palabras solemnes y debemos oírlas con mucha reverencia.

      Deuteronomio 4:1, 2 dice casi la misma cosa: "Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los eje­cutéis, y viváis ... No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno".

      Así vemos que al dar su ley a Israel y otra vez al dar su ley a la iglesia, Dios recuerda a su pueblo que su palabra debe ser respetada y si alguien se atreve a añadirle, quitarle o hacerle modificación alguna, éste sujeta su alma a la condenación.

Esto abre las compuertas

      Si un hombre o grupo de hombres puede hacer leyes humanas, entonces cualquier otro hombre o grupo también lo puede hacer. De esta manera se abren las compuertas a todo cambio e innovación que los hombres puedan inventar y la palabra de Dios no tiene valor alguno. Es como si Dios nunca hubiera hablado. Por ejemplo, un grupo (en su concilio) inventa la doctrina de hacer oración en el nombre de los "santos" y de María; otro grupo inventa la doc­trina de la salvación por la fe sola; otro grupo inventa la doctrina de que Dios es carne y hueso; otro grupo quiere usar instrumentos mecánicos (órgano, piano, guitarra o acordeón) en el culto de la iglesia; y de esta manera muchas innovaciones antibíblicas se in­troducen en la iglesia.

¿Fe en qué? ¿Fe en quién?

      Romanos 10:17 dice, "Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios". Esta es la fe que salva. La mayoría de la gente tiene fe, pero ¿fe en qué? ¿fe en quién? Muchos dicen que tienen fe en Dios, o fe en Cristo, o fe en el evangelio. Pero ¿cómo pueden tener fe si no oyen la palabra de Dios? Esta fe viene por oír las palabras de la Biblia y no las oyen; nunca oyen ningún sermón que es en verdad sermón bíblico. La fe viene por oír la Biblia. Sin oír, no hay fe que salve. Hay muchas "fes" como hay muchas "iglesias", pero esto es hablar hu­manamente. ¿Qué dice la Biblia? En Efesios 4:4-6 dice Pablo que hay "un cuerpo, y un Es­píritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y en todos". Así tenemos que hablar si hablamos conforme a las palabras de Dios. Esta es la plataforma de la unidad. Oímos mucho hoy en día acerca de movimientos ecuménicos, de unidad, etc. To­dos debemos buscar la unidad pero el Señor ya nos dio -- en el principio del evangelio -- la fórmula, la base de la unidad aceptable. Se presenta en este texto, Efesios 4:1-6, el plan di­vino para la unidad, y no hay otro.

En vano me honran

      Uno de los textos muy tristes en la Biblia se halla en Mateo 15:9, "Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres". En este texto Cristo habla. El dice, "en vano me honran". Es culto vano, no acep­table, porque han ido más allá de lo que está escrito; han querido saber más de lo que está escrito. Han añadido a la ley de Dios. Dice 2 Juan 9, "Cualquiera que se extravía, y no perse­vera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo". Mucha gente ignora y no quiere hacer caso de estos textos, pero el mismo Jesús que nos invita (diciendo "Venid a mí...") también nos dice, "¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?" (Lucas 6:46). "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mateo 7:21).

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