Una Exhortación Final

Amado hermano, hemos examinado los textos que enseñan la relación que debemos te­ner unos con otros. Espero que este estudio sea muy provechoso tanto para usted como para los que sean enseñados por usted.

Me incluyo a mí mismo en estas exhorta­ciones. Creo que todos nosotros -- o, por lo menos, la mayoría de nosotros -- hemos come­tido faltas con respecto a mantener relaciones hermanables. Debemos confesar faltas al estilo de Esdras 9 con la firme resolución de no se­guir por el mismo camino. Nos conviene evitar toda actitud de desprecio y de desconfianza unos para con otros, y estar resueltos a mantener buena comunicación, por lo menos por carta o por teléfono (si es posible) si no es posible juntarnos en persona. ¿Qué nos cuesta tener abiertas las líneas de comunicación? ¿Qué me cuesta escuchar a mi hermano sea quien sea?

No promuevo ninguna clase de compromiso con el pecado y error. Es necesario practicar la disciplina bíblica. Pero tenga presente que cuando se practica la disciplina en alguna igle­sia y aun cuando hay división, otros hermanos no conocemos a fondo el caso. Aunque hagamos una investigación detenida, podemos equivocarnos. No somos infalibles en estos asuntos. Este servidor ha tenido que decidir en cuanto a la participación personal en varios lugares, pero el juicio mío no es infalible. Puedo y tengo que decidir por mí mismo, pero no puedo y no soy obligado a decidir por otros. No hay ningún hermano capacitado para ha­cerlo. Entonces, ¿por qué no podemos ser más tolerantes unos con otros? He observado lo fa­lible del juicio de algunos hermanos cuando son muy estrictos con respecto a la comunión con hermanos en cierto lugar, y entonces tienen comunión con hermanos de otro lugar que, a mi juicio, están muy errados. Yo sé que el juicio mío es falible, pero estoy igualmente seguro que el juicio de otros hermanos de mucha influencia entre nosotros es falible. ¿Qué hay, pues? Que debemos ser más tole­rantes y pacientes unos con otros.

Mateo 5:23,24 y Mateo 18:15-17 requieren que nos juntemos para buscar la reconciliación. Leí en un periódico una pregunta hecha por un hermano que creía que estos dos textos se contradicen el uno al otro. No hay contradic­ción, sino que Jesús quiere que se junten los hermanos que tengan problemas. Estoy seguro que no siempre obedecemos esta enseñanza. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los del mundo, andando en pleitos, celos iras, contiendas, disensiones y disgustos unos con otros.

También estoy seguro que debemos corregir la actitud. A veces la actitud de algunos de los más capacitados evangelistas entre nosotros es más carnal que espiritual. Lamentablemente los hermanos de más talento y de más influencia siembran discordia entre hermanos, cosa que Dios tanto aborrece (Prov. 6:19).

Tal vez, el problema más grande es que cada uno de nosotros piensa que el caso nuestro es especial, que es diferente y único, que estos hermosos textos ("Unos y Otros") son muy importantes, que deben enseñarse y predicarse, e incluso este libro ayudará bastante, pero -- repito -- hay gran peligro de que no hagamos aplicación personal de estas enseñanzas. Si no lo hacemos, entonces el propósito primordial de este libro no se habrá logrado. Si no queremos hacer aplicación personal de las exhortaciones bíblicas presentadas en este tratado, sería mejor echarlo a la basura.

 

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