LUCAS 7

 
 

 

JESÚS SANA AL SIERVO DE UN CENTURIÓN (MAT. 8:5-13)

LECCIONES ENSEÑADAS EN ESTE TEXTO:

1. La lección principal es que aunque muchos judíos no creían en Jesús, un militar romano de alto rango reconocía la autoridad de Jesús.

2. Aunque muchos esclavos eran maltratados por sus amos, este hombre quería a su siervo y se preocupaba por él.

3. Aunque la mayoría de los romanos eran odiados por los judíos, éste era apreciado y respetado por ellos.

4. Aunque el centurión era rico, no abusó de sus riquezas, sino que usaba su dinero para edificar una sinagoga.

5. Por esta causa los judíos decían que este romano era digno de ser bendecido por Cristo.

6. Aunque no era lícito para un judío entrar en la casa de un gentil (Hech. 10:28) Jesús aceptó ir a la casa del centurión.

7. Aunque el centurión era muy poderoso (centurión más o menos equivalía a “capitán”), a la vez era muy humilde.

8. Este centurión entendía perfectamente lo que es la autoridad y la obediencia.

9. Tenía fe excepcional en Cristo, una fe que Jesús alababa, porque creía que aun de lejos Jesús podía sanar a su siervo con nada más decir la palabra.

10. ¿Qué otra lección o lecciones puede usted agregar? Todas estas lecciones producen fe (Rom. 10:17) y nos edifican.

7:1 Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum. 2 Y el siervo de un centurión --“denota un oficial militar al mando de 50 o 100 hombres, según el tamaño de la legión de la que formara parte” (Vine); el centurión romano era “Oficial del ejército romano (Hch. 21:32; 22:26), comandante de 100 soldados, más tarde, de una cantidad algo mayor (cp. 23:23)” (V-E). Eran la “espina dorsal” del ejército romano. El Nuevo Testamento habla de algunos centuriones excepcionales: aparte del centurión mencionado en este texto, leemos de Cornelio (Hech. 10, 11) y de Julio, el centurión encargado de Pablo en su viaje a Roma. También digno de mencionarse fue aquel centurión encargado de la crucifixión de Jesús quien exclamó, “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mat. 27:54). El centurión de este texto amaba a su siervo, amaba a los judíos y apoyaba el culto al Dios verdadero.

-- a quien éste quería mucho, estaba enfermo (paralítico, Mat. 8:6) y a punto de morir. - Había amos crueles, pero también había amos bondadosos. 1 Ped. 2:18 se refiere a las dos clases de amos. Cuando se toma en cuenta la posición social de los esclavos en aquel entonces, la simpatía de este centurión es admirable, porque algunos militares permiten que su experiencia en guerras, etc. les endurezcan el corazón y se preocupan poco por otros

7:3 Cuando el centurión oyó hablar de Jesús (4:37; 6:17-19), le envió unos ancianos de los judíos, rogándole (no “mandándole” como un oficial romano, sino “rogándole” como hombre humilde) que viniese y sanase a su siervo. - El centurión rogaba por su siervo amado, y los judíos rogaban por el centurión. Según Mateo, el centurión mismo vino a Jesús rogándole por su siervo (“Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado”, Mateo 8: 5).; según Lucas, los judíos le rogaban. En esto no hay conflicto alguno. Tanto el centurión como los judíos le rogaban, o el centurión le rogaba a través de los judíos como sus agentes. “Lo que uno hace por medio de otros lo hace por sí mismo, como Pilato ‘azotó a Jesús’ (esto es, hizo que lo azotaran, ATR)”. V. 4, “nos edificó una sinagoga”, ¿con sus propias manos?

Los judíos estaban bajo el yugo de Roma, pero aquí está un romano de mucha autoridad rogando a un judío. Aunque muchos romanos despreciaban a los judíos este centurión era un bienhechor de ellos (compárese Hech.10:2. Cornelio, un centurión romano, “hacía muchas limosnas al pueblo” judío), y ahora este centurión romano pide un gran favor de estos judíos y mayormente de Jesús.

7:4 Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud (muchos de los “ancianos” de los judíos eran enemigos de Jesús, pero no todos), diciéndole: Es digno de que le concedas esto; 5 porque ama a nuestra nación, y (él mismo) nos edificó una sinagoga. - De esta manera los judíos podían recompensar al centurión por su gran benevolencia hacia ellos. ¿Por qué haría un oficial romano tal cosa para los judíos? Obviamente porque él había oído del Dios de Israel y creía en El. Probablemente su carácter bondadoso se podía atribuir a su fe en Dios. Este centurión nos recuerda de otro centurión llamado Cornelio quien adoraba a Dios (Hech. 10:1, 2). Este centurión, al igual que Cornelio (Hech. 10:2,22), tenía buenas cualidades: amaba a los judíos, amaba a su siervo y estaba muy preocupado por él, era hombre generoso y tenía mucha fe en Cristo.

¿Es correcto decir que alguno es “digno” de recibir las bendiciones de Jesús? Dice Hendriksen, comentarista calvinista de renombre, “Por bien intencionada que haya sido esta evaluación, huele a la doctrina de méritos humanos”. Pero ¿qué diremos de lo que Jesús dice en Luc. 10:7 y Pablo en 1 Tim. 5:18, que “el obrero es digno de su salario”? ¿No lo es? ¿Y qué diremos de lo que Jesús dice en Apoc. 3:4, “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas” o Apoc. 19:7, 8, “han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. 8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos”? ¿Todo esto “huele a la doctrina de méritos humanos”? ¿Es más sabio el Sr. Hendriksen que Jesús, el Espíritu Santo y el apóstol Pablo?

¿No debemos citar estos textos que hablan de algunos como “dignos”? ¿Los santos no son dignos? Jesús dice que sí. ¿Por qué tememos esta palabra puesto que es muy bíblica? Dios provee la salvación por medio de Cristo, pero esta salvación es condicional; es decir, para ser salvos tenemos que ser obedientes y fieles, siendo activos y llevando fruto para la gloria de Dios” y la Biblia enseña que los fieles son dignos. Prefiero creer lo que la Biblia dice sobre el tema.

7:6 Y Jesús fue con ellos. - Mat. 8:7, “Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré”, aunque no era lícito que un judío entrara en la casa de un gentil (Hech. 10:28; Jn. 18:28). “Fue con ellos” aunque “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mat. 15:24). ¿Pensaba entrar en la casa de un gentil? Si no, ¿para qué “ir” para sanarle? Durante Su ministerio personal Jesús comenzó a tumbar barreras.

¡Cuán accesible era Jesús a todos, tanto a los gentiles como a los judíos! Si Jesús hubiera sido motivado por sentimientos humanos (carnales), habría dicho, “¿qué tiene que ver eso de que les haya edificado una sinagoga? No iré porque los romanos son opresores del pueblo”.

Compárese el caso de la mujer cananea (Mat. 15:21-28). “Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré” (Mateo 8:7, 8). No dijo, “Yo iré y trataré de sanarle”. La venida de Jesús al mundo no era ninguna clase de “experimento”. No vino para ver si podía vivir sin pecar, y no vino para ver si podía sanar enfermos, etc. Tuvo misión específica de principio a fin y la llevó a cabo.

-- Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; 7 por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; -- ¡Qué palabras más extrañas de labios de un elevado militar romano! El comportamiento de los militares romanos de alto rango era con dignidad y orgullo. Esperaban ser honrados y estimados por el pueblo, pero este militar dice, “no soy digno”. Precisamente por causa de su humildad y fe él era digno de recibir la bendición de Cristo. El que se humillare, será exaltado. Luc. 15:19, el hijo pródigo dijo lo mismo, “no soy digno”. También el publicano (Luc. 18:13).

El v. 3 dice, “rogándole que viniese”, pero ahora envía a Cristo unos amigos para decirle que no entrara bajo su techo. Si Jesús estuviera aquí en la tierra, ¿nos sentiríamos dignos de que entrara bajo nuestro techo? ¿Diríamos “ni aun me tuve por digno de venir a ti”? Tomando en cuenta la hermosa invitación de Mat. 11:28-30 la respuesta debe ser que “sí”, pero con toda reverencia.

Este centurión era muy excepcional. Imagínese un militar de alto rango pero a la vez tan humilde. Aunque él había edificado una sinagoga para los judíos, el no tuvo “más alto concepto de sí que el que debe tener” (Rom. 12:3). Si hubiera edificado 100 sinagogas, podría haber dicho la misma cosa, “no soy digno”. Aquí está un personaje muy excepcional, pues a pesar de su posición exaltada en el servicio militar, no se sentía digno de que un judío, un carpintero llamado Jesús de Nazaret, entrara bajo su techo. Reconocía que Jesús era muy superior a él. Lamentablemente la mayoría de los hombres (mayormente los elevados de este mundo, los ricos, los que ocupan puestos elevados en el gobierno, etc.) no comparten la humildad del centurión. El reconocía lo que todos deben reconocer: que nadie es digno (en el sentido de “merecer”) de recibir las bendiciones que trajo Jesús. Todos deben imitar al publicano de Luc. 18:13 (“Dios, sé propicio a mí, pecador”). Debemos recordar esto siempre que nos acerquemos a Dios.

Luc. 18:14, “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”; Mat. 18:4, “cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”. Este centurión fue bendecido porque se humilló delante de Jesús. Entre más grande nuestra fe en la grandeza de Cristo, más humildad producirá en nosotros.

-- pero di la palabra, y mi siervo será sano. - Salmo 148:5, “Alaben el nombre de Jehová; Porque él mandó, y fueron creados”. Gén. 1:3, “ Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (y así a través de los días de creación). Los judíos, amigos del centurión, rogaron a Jesús que él “viniese”, pero el centurión dice que no tiene que venir, “pero di la palabra” solamente. El no sólo creía en la autoridad de Jesús, sino también que Jesús podía sanar aun de lejos. El oficial del rey que quería que Jesús sanara a su hijo, “vino a él y le rogó que descendiese” para sanar a su hijo (Jn. 4: 46, 47), pero este centurión dijo que no era necesario que Jesús fuera a su casa. Dijo, “Señor, no te molestes”. Cuando él (el centurión) daba órdenes, no importaba de qué lugar las daba. Si estaba presente con los soldados o siervos, o si estaba lejos de ellos, sus órdenes habían de ser obedecidas. El reconocía la autoridad de Jesús. Sabía que El podía ejercerla de cerca o de lejos.

Este texto enfatiza la gran fe del centurión, pero hay otra lección importantísima que no debe descuidarse: el poder, la autoridad, la majestad divina, etc. de Cristo fueron reconocidos por un extranjero que no había gozado todos los beneficios de los judíos como pueblo escogido de Dios. Sin tocar y sin ver al siervo del centurión moribundo Jesús lo sanó con su palabra omnipotente.

7: 8 Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. - Este centurión entendía y creía en la obediencia. El entendía que sus superiores tenían el derecho de darle órdenes, esperando la obediencia, y que de la misma manera él tenía la autoridad para dar órdenes a sus inferiores y le deberían obedecer. El conocía la autoridad, y la reconocía en Cristo. El razonamiento del centurión honra grandemente a Cristo. Está diciendo que si él, con poder significativo pero limitado, debería ser obedecido, cuanto más el mandamiento de Cristo quien es muy superior a los oficiales romanos debería ser obedecido.

En este caso no se trata de dar órdenes a otros hombres. Más bien tiene que ver con dar órdenes a una enfermedad. Este centurión creía que Jesús podía mandar enfermedades como él (el centurión) podía mandar soldados y siervos. Creía que las enfermedades obedecerían a Cristo como los soldados y siervos obedecían a él. Estaba seguro que Jesús podía mandar aun a la enfermedad de su siervo y que su orden sería obedecida; es decir, si Jesús dice a una enfermedad “vé”, la enfermedad “va”. Tenía mucha razón, pues Jesús podía mandar enfermedades, demonios, vientos y olas, y aun a los muertos.

Este centurión excepcional no sólo tenía un concepto correcto de sí mismo, sino también tenía un concepto muy correcto de Jesús. En El veía autoridad, poder y majestad. Al mismo tiempo veía a un Señor poderoso que era accesible al pueblo; es decir, cualquier podía acercarse a El con sus peticiones, dudas e inquietudes. Jesús demostraba esto repetidas veces durante su vida aquí en la tierra.

“Haz esto”. La gente que no obedece a Cristo (no obedece al evangelio) no tiene fe en Cristo. El centurión muestra claramente la relación entre la fe verdadera, la autoridad de Cristo y la sumisión a El. Bien sabía que Jesucristo tenía autoridad para mandar y que cuando El dice “haz esto”, es necesario obedecerle. Heb. 5:8, “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9 y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen”.

7:9 Al oír esto, Jesús se maravilló de él, - En esta ocasión “se maravilló” de la fe del centurión; en otra ocasión “se maravilló” de la incredulidad de los judíos (Mar. 6:6). Los evangélicos enseñan que la fe es don de Dios, pero si esto es cierto, ¿por qué dio tanta fe al centurión y no dio nada de fe a los de Nazaret? ¿Hace acepción de personas? Hech. 10:34, 35; Rom. 2:11. La fe no es un don milagroso. Más bien, “la fe viene por el oír y el oír por la palabra de Dios” (Rom. 10:17). Cada persona tiene que oír la palabra y creerla.

-- y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. -- Compárese Mat. 15:28, otro caso de un gentil con fe grande (“Mujer, grande es tu fe”). Estos gentiles, privados de tantos privilegios gozados por los judíos, ascendieron arriba de sus limitaciones y tenían fe excepcional en Jesús.

Estos relatos indican que Cristo buscaba la fe en la gente; también cuando venga la segunda vez, la buscará (Luc. 18:8). Algunos citan Efes. 2:8 para probar que Dios da fe a la gente. ¿Por qué, pues, dio tanta fe a este centurión romano y a la mujer cananea, pero no dio nada de fe a los judíos de Nazaret? (JWM). Algunos tenían (y tienen) “poca fe” (Mat. 6:30; 8:26; 14:31). Por eso, debemos decir, “Auméntanos la fe” (Luc. 17:5).

“Ni aun en Israel he hallado tanta fe”. A los judíos les convenía tener mucha fe en Cristo, porque El era su Mesías, pero la fe del centurión hubiera sido maravillosa aun en los judíos. Era lógico y razonable pensar que Jesús debería haber dicho a muchos judíos, “Grande es tu fe”. Lamentablemente, sin embargo, Jesús no encontraba tal fe entre ellos. Más bien, la encontró por lo menos en estos dos casos de gentiles. Lucas enfatiza mucho el tema de cómo Dios se preocupa por los samaritanos y gentiles y toma nota de ellos: 4:25-27; 10:33-37; 17:16; 24:47 y, desde luego, es Lucas quien relata en Hechos de los Apóstoles la obra de evangelizarlos.

El centurión tenía plena fe en la palabra de Cristo (“di la palabra, y mi siervo será sano”). Esto fue el gran problema con el pueblo de Israel, pues no creían la palabra de Cristo.

En el relato de Mateo (8:11-13) Jesús agrega lo siguiente: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos (se refiere a la conversión de muchos gentiles); 12 mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. 13 Entonces Jesús dijo al centurión: Vé, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora”.

7:10 Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo. Dijo el centurión, “di la palabra”. ¿La dijo Jesús? Lucas no dice, pero lo que es obvio y muy cierto es que la voluntad de Jesús era de que el siervo sanara y sanó.

JESÚS RESUCITA AL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN

Es muy importante no solamente leer estos relatos de las señales de Jesús, sino también meditar en cada frase y en cada palabra para darnos cuenta de los detalles del evento y de las lecciones valiosas que el texto contiene. En el v. 12 Lucas dice “he aquí” ( es como decir, poner atención a este informe) porque hablará de algo sorprendente, algo muy impresionante, acerca de Cristo.

7:11 Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, (unos 30 kms. al sur de Capernaum) e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud. - ¿De qué grupo somos? ¿Discípulos o simplemente de la “gran multitud”? Todos estos eran testigos oculares de los milagros de Jesús. Lucas y los otros que narran los eventos de la vida de Jesús frecuentemente dicen que estaba rodeado de una multitud de gente. Desde luego, muchos de ellos querían que Jesús les sanara a ellos o a sus seres queridos, pero también Mateo (7:28, 29) dice que la gente quedaba maravillada de su enseñanza porque no era como la de escribas y fariseos. Su enseñanza era única, porque El era Dios.

7:12 Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, -- En el caso anterior, el siervo del centurión estaba a punto de morir, pero en este caso el hombre ya había muerto. Al llegar cerca de la ciudad, “llevaban a enterrar a un muerto”. Entre los judíos los lugares de sepultara estaban fuera de las ciudades.

Parece que la misión principal de Jesús en ir a esta ciudad era levantar a este muerto. Lo hizo como señal para probar que era el Hijo de Dios (Jn. 20:30, 31), pero también, como dice Hech. 10:38, “anduvo haciendo bienes” y como El dijo (Luc. 4:18), “Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón”.

-- hijo único de su madre, la cual era viuda; -- “La muerte del único hijo de una viuda era la mayor desgracia que pudiera concebirse” (Easton). “La lamentación de una viuda por su hijo único es el colmo del dolor” (Plummer) ATR. En el caso de esta viuda, la muerte de su único hijo probablemente era el fin de su sostenimiento y protección. Ya había perdido a su marido y ahora perdió a su único hijo. Cuando murió su marido, su hijo le podía consolar, pero ahora el hijo también muere y ¿quién le puede consolar? Hay mucho énfasis en la Biblia sobre la necesidad de ayudar a la viuda (por ejemplo, 1 Tim. 5; Sant. 1:27). También denuncia el abuso de la viuda de parte de líderes religiosos (Luc. 20:47).

Luc. 8:42, “tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo”; 9:38, “Y he aquí, un hombre de la multitud clamó diciendo: Maestro, te ruego que veas a mi hijo, pues es el único que tengo”. La muerte del “único hijo” era causa de gran tristeza (Jer. 6:26, “ponte luto como por hijo único, llanto de amargura”; Zac. 12:10, “llorarán como se llora por hijo unigénito”).

-- y había con ella mucha gente de la ciudad. - Obviamente era viuda bien conocida y apreciada. Compárese Jn. 11:19, “y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano”. Había tres grupos de personas reunidas en ese lugar: discípulos, una gran multitud y ahora “mucha gente de la ciudad” que acompañaba a la viuda. Todos estos eran testigos oculares del milagro.

7:13 Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, - La palabra compadecer , padecer con, (splanchnizomai), significa “ser movido en las entrañas de uno”. “En el idioma griego no hay otra palabra más fuerte que signifique piedad, simpatía y sentimiento que la que se utiliza” aquí y en otros textos para describir la compasión de Jesús (WB). Mat. 9:36, “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”; Mat. 14:14, “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos”; Mat. 15:32, “Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer”; Mat. 20:30, “ Y dos ciegos … clamaron, diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros! … 32 Y deteniéndose Jesús, los llamó, y les dijo: ¿Qué queréis que os haga? 33 Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. 34 Entonces Jesús, compadecido (movido a compasión, LBLA), les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron”. Jn. 11:33, “ Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, 34 y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. 35 Jesús lloró”. Mat. 8:17, “El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”.

Otra palabra semejante es sumpatheo, “sufrir con otro, ser afectado similarmente (castellano: simpatía), tener compasión de … Heb. 4:15, “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”.

Si en verdad somos cristianos, debemos imitar a Cristo en ser misericordiosos, ser movidos “en las entrañas” para sufrir con los que sufren, sobre todo con los hermanos en la fe. Rom. 12:15, “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”. Heb. 10:34, “Porque de los presos (por ejemplo, Hech. 4:3; 12:3; 16:23) también os compadecisteis”.

-- y le dijo: No llores (8:52). -- Si decimos a una persona como Jesús dijo a esta viuda, “No llores”, ¿qué pensará? “¿Cómo dejaré de llorar?” Jesús se lo dijo porque El pensaba quitar la causa de su aflicción. Nosotros podemos decirlo si el difunto era cristiano, porque Pablo dice, “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tes. 4:13). A la familia de la persona que muere en Cristo podemos decir con toda confianza, “No lloren”, porque como Cristo resucitó a este joven, El levantará a nuestros seres queridos en “aquel día”, pero ¿qué se puede decir a los afligidos cuando el ser querido que murió no era cristiano? ¿Podemos decir, “No llores porque ahora está reposando con Cristo?” Debemos tener mucho cuidado de lo que decimos en tales casos. Podemos acompañar a los dolientes en su pesar y ofrecer cualquier ayuda posible, pero no nos toca ofrecer esperanza cuando no hay esperanza. Pablo habla de “los otros que no tienen esperanza”.

Podemos tener verdadera (no fingida) compasión de la gente. Podemos llorar con ellos como Jesús lloró al entrar en la ciudad de Jerusalén. Luc. 19:41, “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella”. El no dijo que “había esperanza” para ella, pero sí tenía mucha compasión de ella y “lloró sobre ella”. Si mostramos verdadera compasión en tales momentos difíciles, muchas veces esto suaviza corazones duros para que estén más dispuestos a oír la palabra de Dios.

7:14 Y acercándose, tocó el féretro -- camilla mortuoria, ATR; andas, WEV; “no se trataba de un ataúd … Se utilizaban canastos tejidos de mimbre para llevar el cuerpo a la tumba” (WB).

-- y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, (esto nos recuerda que los jóvenes mueren también) a ti te digo, levántate. - Jesús se dirige a un muerto como si estuviera vivo. Dice “levántate” a un muerto como si estuviera simplemente dormido. Compárese Jn. 11:43, “¡Lázaro, ven fuera!” En el texto anterior (7:1-10) el centurión que Jesús tenía autoridad para mandar la enfermedad de su siervo; aquí muestra su autoridad para mandar a un muerto a levantarse y obedeció. Hech. 3:15, Cristo es el “Autor de la vida”.

En muchos casos Jesús mostró misericordia cuando la gente se la pidió. En este caso El mismo tomó la iniciativa, y la viuda que no pidió nada recibió una gran bendición. Ella no pidió porque “¿qué se podía pedir? Aquel hombre estaba muerto … En relación con la fiebre (4:8), la lepra (5:12) y la parálisis (7:3) hubo siempre un rayo de esperanza, alguna razón para pedir ayuda, pero, sin duda, no la había cuando la muerte había ya ocurrido … Nos hace pensar en Luc. 8:49, “Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro” (GH).

Compárense Luc. 8:54, “Muchacha, levántate” y Jn 11:43, “¡Lázaro, ven fuera!” Jesús habló a los muertos para resucitarlos. Jn. 5:28, “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; 29 y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”.

7:15 Entonces se incorporó (lit., sentarse erguido, WEV, Hech. 9:40) el que había muerto, -- No oía la voz de los que lloraban y lamentaban su muerte, pero sí oyó la voz de Cristo y la obedeció.

La Biblia registra la resurrección de varias personas: 1 Reyes 17:22, Elías resucita al hijo de la viuda de Sarepta; 2 Reyes 4:33, Eliseo resucita al hijo de la sunamita; Luc. 8:54, 55, la hija de Jairo; y Jn. 11:44, Lázaro; Hech. 9:40, Dorcas; Hech. 20:9, 10, Eutico.

-- y comenzó a hablar. - El sentarse y hablar demostraba que era restaurado a la vida normal. Luc. 8:55, “Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer”; estaba viva, podía comer; también Lázaro (Jn. 12:2). ¿De qué hablaba? 2 Cor. 12:2, “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. 3 Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), 4 que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”. De esto es lógico concluir que las personas resucitadas por Cristo y los apóstoles no podían hablar de la experiencia más allá de la muerte.

-- Y lo dio a su madre. -- ¡Qué “regalo” más precioso! Dios le dio su hijo cuando éste nació, y ahora otra vez cuando murió. Cuando Elías resucitó al niño de la viuda de Sarepta, “lo dio a su madre” (1 Reyes 17:33). Después de levantar al niño de la sunamita, Eliseo dijo, “Toma tu hijo”. De Lázaro Jesús dijo, “Desatadle, y dejadle ir”, seguramente a los brazos de sus amadas hermanas tan afligidas. Para Cristo los lazos familiares son muy importantes.

7:16 Y todos tuvieron miedo (el temor se apoderó de todos, LBLA), -- Obviamente fue obra de Dios. ¿Cuál sería la reacción de nosotros si de repente un ser querido fallecido volviera a vivir delante de nuestros ojos y comenzara a hablar y comer?

-- y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; -- Era muy cierto lo que decían, pero no simplemente “un gran profeta”, sino EL gran profeta (Deut. 18:15-18; Hech. 3:22, 23), pero lamentablemente el pueblo judío no lo recibió (Jn. 1:11).

-- y: Dios ha visitado a su pueblo. - Rut 1:6, “Entonces se levantó con sus nueras, y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan”; 1 Sam. 2:21, “ Y visitó Jehová a Ana, y ella concibió”; Luc. 1:68, “ Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo, 69 Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo”. En base a estos textos ¿qué significa la palabra “visitar” en Mat. 25:37 y Sant. 1:27? Obviamente significa visitar con ayuda.

7:17 Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor. - Los testigos mencionados en el v. 11, 12 llevaron las noticias. Se extendió su fama sin necesidad de radio, televisión, periódicos o el internet. Noticias tan importantes se llevan por todas partes como si fueran llevadas por el viento. Pero ¿cuántos llegaron a ser sus verdaderos discípulos? Todos hemos pecado (Rom. 3:23) y, por eso, hemos muerto espiritualmente. ¿Cuántos quieren que Jesús les levante de la muerte espiritual? Efes. 2:1, 6. “Libertando los desdichados del sufrimiento, de la enfermedad, de la muerte misma, probaba que tenía el poder de libertarles del pecado, fuente de todos esos males” (B-S).

LOS MENSAJEROS DE JUAN (MAT 11:2-19)

7:18 Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas. - Mat. 11: 2, “Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo”. Herodes le había encarcelado porque había reprendido los pecados del rey (Mat. 14:4). Este versículo nos deja un poco perplejo. Si los discípulos de Juan le contaron las nuevas de las obras maravillosas de Jesús, ¿por qué no resolvieron sus dudas? La respuesta de Jesús aclara la cuestión por conectar las buenas obras que El hacía a las profecías acerca del Mesías.

-- Y llamó Juan a dos de sus discípulos, 19 y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? 20 Cuando, pues, los hombres vinieron a él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, -- “El que había de venir” era otro nombre del Mesías, Gén. 49:10; Deut. 18:18, 19; Isa. 9:6; 11:1-5; 35:4-6; 53; Dan. 9:24-27.

-- o esperaremos a otro? - La respuesta de la mayoría de los judíos a esta pregunta fue la siguiente: “No lo es, y definitivamente esperaremos a otro”. Sin embargo, Juan preparó el camino para Jesús. Le bautizó y vio al Espíritu descender sobre El como paloma, oyó la voz del Padre que le proclamó como su Hijo aprobado. Entonces él mismo proclamó que Jesús era el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Al recordar todo esto es un poco sorprendente su pregunta. La Biblia no revela la razón por la cual la hizo, pero el lenguaje mismo indica que él había comenzado a tener dudas acerca de Jesús, porque aun pregunta, “¿o esperaremos a otro?” Si no tenía dudas acerca de Jesús, estas preguntas no tienen sentido.

Algunos, queriendo defender a Juan y no aceptar que él tuviera dudas, dicen que las dudas no eran de Juan sino de sus discípulos; es decir, creen que Juan los envió con esta pregunta para resolver las dudas de ellos, pero, como observa Lenski, esta explicación ataca la integridad de Juan, porque implica que Juan haría esta pregunta como si él quisiera la respuesta cuando en realidad él quería la respuesta para sus discípulos. Peor aun, ataca la integridad de Jesús quien dice, “Id, haced saber a Juan”, para apoyar el fingimiento como si Juan quisiera saber cuando solamente sus discípulos tenían dudas (desde luego, Jesús conocía perfectamente quién tenía y quién no tenía dudas).

El ser inspirado por Dios como profeta no era garantía de que él entendiera la naturaleza espiritual del reino del cual hablaba. Es muy probable que él, al igual que los apóstoles y los demás, esperara que Cristo reinara aquí en la tierra. Este texto ilustra otra vez que la Biblia habla con toda franqueza de las flaquezas de sus más grandes héroes, y la explicación más razonable de esta pregunta es que Juan tenía dudas acerca de Jesús de Nazaret. Por lo menos quería tener su confianza reafirmada (ATR). Al volver a leer Mat. 3:10, “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”, tenemos que preguntar, ¿está mostrando algo de impaciencia ahora porque Jesús no había cortado el árbol corrupto? ¿No habría compartido el concepto de los otros judíos y aun de los apóstoles que el Mesías había de establecer un reino terrenal para llevar a cabo fuertes juicios? Y ¿dónde estaba ese reino? ¿Por qué no lo había establecido? Jesús enseñaba y hacía milagros, pero aparentemente no había hecho nada para establecer tal reino. Tal vez Juan compartiera la esperanza de muchos de los que acompañaban a Jesús de que El comenzara a reunir sus ejércitos para derrotar a los romanos.

“Los árboles sin frutos todavía no han sido cortados; el grano no ha sido removido de la cáscara, ni ha visto él todavía el fuego que no se apaga. Probablemente él no vio ninguna tendencia hacia ninguno de estos resultados… De haberle sido a él permitido formar parte de la compañía del Salvador, recibir la influencia silenciosa de su ejemplo y su verdad, pedirle explicaciones y de oír sus razonamientos, podemos nosotros estar seguros de que su estado mental hubiera sido muy diferente. Pero no solamente no había tenido los privilegios del más humilde de los discípulos del Señor, sino que, por el contrario, lo habían dejado languidecer y sentir agitarse su espíritu en cruel encarcelamiento, el cual le había sido impuesto debido a su celo justo por la misma causa que había sido enviado a promover” (GRB).

Sea lo que haya sido el caso de Juan debemos aprender que los hijos de Dios más fieles y fuertes pueden tener dudas y faltas (1 Cor. 10:12). El apóstol Pedro aprendió esto y lloró amargamente (Mat. 26:72; Gál. 2:11).

¿Cómo podría Juan dudar? Algunos, queriendo defender a Juan, suponen que Juan solamente quería que Jesús declarara más abiertamente que en realidad El era el Mesías para acabar con las dudas e inquietudes del pueblo acerca de su identidad (compárese Mat. 16:14), pero si eso hubiera sido su pensamiento o motivación, habría enviado discípulos a Jesús animándole a hacerlo, pero simplemente no fue así.

Cuando Dios llamó a Moisés, éste le resistió con excusas (Ex. 3, 4), indicando su falta de fe en Dios (lo hizo otra vez en Núm. 20:12). Solamente con milagros se convenció Gedeón. La confianza que Elías tenía en Dios prácticamente desapareció y él se escondió en una cueva (1 Reyes 19:1-4). Jeremías denunció el día de su nacimiento (Jer. 20:7, 14-18). Job también. El ejemplo “clásico” de flaqueza en los grandes era Pedro quien, después de ser testigo de la transfiguración de Jesús y observar su vida y obras tan maravillosas, andando con El por más de tres años, lo negó con juramentos. En cuanto a Juan, sin duda el estar confinado en la cárcel tuvo algo que ver con su flaqueza, porque cuando él estaba predicando y bautizando a mucha gente, su fe era muy viva y fuerte (JWM).

Sea lo haya sido el caso de Juan, aquí cabe una advertencia para nosotros. Recuérdese que Juan estaba encarcelado. Esto podría ser aun para los más fuertes una experiencia deprimente. Juan ya no estaba en el sol del desierto, sino que su vida había pasado por debajo de una nube obscura. La advertencia para nosotros es esta: tengamos cuidado de no perder la fe o caer en dudas cuando estamos afligidos y angustiados. Hay toda clase de experiencia que deprime y debilita.

7:21 En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. 22 Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: -- Jesús no levantaba un ejército, no entrenaba a sus discípulos para la guerra contra los romanos, no recaudaba fondos para alguna revolución; más bien, había demostración de poder milagroso para aliviar las aflicciones humanas (HLB). Una demostración es mucho mejor que una mera explicación. Jesús habló de sus hechos que cumplieron la profecía de Isaías, para que Juan interpretara estos hechos para contestar su propia pregunta, pues ningún profeta había hecho lo que Jesús hizo. Por su propio poder y por su propia autoridad hizo estas señales; aun perdonó pecados por su propia autoridad (Mat. 9:6, “el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados”). Jesús no contestó la pregunta de Juan con palabras, sino con hechos, hablando de las buenas obras que había de hacer “el Siervo de Jehová” (Isa. 42:6sig; 35:5,6; 61:1sig). No criticó a Juan por haber hecho esta pregunta. Más bien El simplemente apunta hacia las obras que según los profetas el Mesías haría. Jesús había hecho estas obras y ahora deja que Juan saque su propia conclusión para contestar su propia pregunta. La mejor respuesta a la pregunta de Juan era la obra de Jesús. Seguramente Juan conocía estas profecías y sacó la conclusión correcta.

Debemos aprender esta lección. Para convencer a los que dudan, los argumentos más convincentes son los hechos. Nos conviene, pues, juntar todos los hechos del caso como evidencia en concreto y dejar que el que duda a sacar su propia conclusión (FLC).

-- los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, -- Según Isa. 35:5-6, estas buenas obras serían cumplidas por el Mesías.

-- los muertos son resucitados, -- V. 15, acabó de levantar al hijo de la viuda de Naín. Todo esto ocurrió “en esa misma hora” y probablemente al mencionar estos que fueron sanados, etc., Jesús podía apuntar hacia ellos; es decir, es como si El hubiera dicho, “Aquí mismo está mi respuesta, mírenlos”. ¿Pero qué tiene que ver esta respuesta con la pregunta de Juan? Las respuestas de Jesús casi siempre son muy indirectas. Me imagino que muchas veces al oír la respuesta de Jesús a sus preguntas los oyentes quedaron bien perplejos, frunciendo cejas y mirándose los unos a los otros y queriendo hacer otra pregunta para que Jesús aclarara su respuesta a la primera pregunta. ¿Por qué Jesús no contestó de forma más directa? Obviamente para hacernos pensar y razonar. El no nos trata como si fuéramos pajarillos con la boca abierta, sino como hombres creados a la imagen de Dios con la facultad mental como para entender asuntos de considerable importancia.

Al meditar en estas obras de Jesús los sinceros deberían recordar lo que los profetas decían del Mesías (Isa. 35:5-6; 61:1, etc.) Si Jesús hacía lo que, según los profetas, el Mesías (el que había de venir) haría, entonces ¿cuál es la conclusión lógica (la inferencia necesaria) acerca de la persona de Jesús? Por lo tanto, Jesús mismo citó a Isaías 61:1, 2 cuando enseñó en la sinagoga de Nazaret: Lucas 4: “16 Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. 17 Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: 18 El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; 19 A predicar el año agradable del Señor. 20 Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. 21 Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” .

-- y a los pobres es anunciado el evangelio; - Isa. 61:1, un punto culminante, ATR; una característica única y especial del Mesías. ¿Por qué se incluye la predicación a los pobres entre los milagros de Jesús? Se incluye y con buena razón, pues tiene mucho que ver con la identidad del verdadero Mesías. La literatura de varias naciones registra maravillas de varias clases (seguramente según 2 Tes. 2:9, “gran poder y señales y prodigios mentirosos”), pero es imposible fingir la simpatía por los desdichados y afligidos. La sincera preocupación por los pobres es una cualidad encontrada solamente entre los verdaderos discípulos de Jesús.

¿Cuántos grandes líderes mundiales se fijan en los pobres para servirles y ayudarles? Para muchos líderes de renombre los pobres no valen nada; son despreciados y hasta pisoteados. No había “evangelio” para los que no podían pagar (BWJ). Sólo valen para los propósitos egoístas de los grandes y famosos. No fue así con Jesús y no es así con verdaderos cristianos. Aquí está una marca de identidad del verdadero discípulo de Cristo: ama y sirve a los pobres.

Los hechos tienen poder para convencer. Compárense Mat. 5:16; Jn. 13:34, 35; 1 Ped. 3:1-2, etc.

7:23 y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí. - No convenía que Juan siguiera el ejemplo de los demás judíos que hallaron tropiezo en Cristo. La palabra skándalon significa lazo o trampa, es decir, ocasión de caer. Se usa de “cualquier cosa que suscite prejuicios, o que venga a ser un obstáculo para otros, o que les haga caer por el camino” (WEV). Por ejemplo, Mat. 13:21, “al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”; para algunos la aflicción o la persecución son ocasiones o causas de tropiezo. Jn. 11:9, “el que anda de día no tropieza”. Para los judíos Jesús era “piedra de tropieza”. Mat. 21:42, hablando de sí mismo, “Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, Ha venido a ser cabeza del ángulo”. Según ellos Jesús no reunía los requisitos para ser su Mesías y lo rechazaron. Más bien, tropezaron sobre El. Jesús de Nazaret no era la clase de Mesías que ellos esperaban y, por eso, tropezaron. “He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída” (Rom. 9:33).

Los líderes de los judíos tropezaron al ver a Jesús comer con publicanos y “pecadores”; cuando “violaba” el día de reposo (sanando gente); cuando denunció sus tradiciones; cuando les llamaba hipócritas, Mat. 23; cuando rehusó darles una señal del cielo y también cuando rehusó ser su rey (Jn. 6:15). Todos estos tropiezos fueron causados por el concepto carnal y terrenal que los líderes de los judíos tenía de su Mesías.

Posiblemente por no entender la naturaleza del reino de Cristo y por ser un poco impaciente había peligro de que Juan hallara ocasión de tropiezo en Jesús. Sin embargo, es muy probable que con la explicación de Jesús se borró su duda.

El profeta Isaías había predicho que el Mesías (Jesús) no sería deseado por el pueblo de Israel. Isa. 59, “2 Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. 3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”. Nació en un pesebre. Fue criado en Nazaret, un pueblo despreciado (Jn. 1: 46). Sus apóstoles eran, por la mayor parte galileos, hombres humildes. Los discípulos de Jesús eran los “pequeños” del mundo (los insignificantes). 1 Cor. 1, “26 Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; 27 sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; 28 y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, 29 a fin de que nadie se jacte en su presencia”. Sobre todo la cruz de Cristo - su muerte para expiar los pecados del mundo - era tropiezo para ellos (1 Cor. 1:23).

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